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31 diciembre, 2021

SIN TÍTULO

  

E

l conductor también es un sucio egoísta. Se aprovecha de la soledad, de todos los lugares, de las cosas, hasta de sí mismo. Sabe pedir y solicitar copias de papeles, de videos, y promete. Para ello se apresura a fotocopiar algo que otro le fotocopió antes, después de pedir, naturalmente, y de ofrecer, claro, en la esperanza de establecer el compromiso, la deuda que obligue, que empuje a las copias de papeles, de imágenes, a venir hasta él.

[Los viajes entretenidosBadajoz, 12/12/1989

 

30 diciembre, 2021

ÉVORA II

 

A

Este trotamundos le gustaría llamarse conductor como en los libros de viajes había un protagonista que se decía el viajero. Pero descubre que el acto es estático, que mirar es inmóvil y que se olvidó el Ford Orion sobre un paso de peatones acorralado por un guardia de segurança. Aún así el conductor estuvo minutos, horas, frente a los bonecos, deleitó su obsesión investigadora en los trajecitos raídos, descoloridos por el tiempo y las muchas representaciones, por las manos, las manos de la vida, que la dan y la consumen, ajan y deterioran... Y así viajó a épocas pasadas y regresó... a la soledad de las notas, a la intimidad y a los fantasmas de todas partes que esperan.

¿Pero qué? ¿Qué esperan?

Da igual.

No importa.

Lo que queda, después de todo, es el haber ido y estar otra vez aquí con un poco más de todo y de nada.

[Los viajes entretenidosBadajoz, 12/12/1989

 

29 diciembre, 2021

ÉVORA


(Para José Russo e os Bonecos de Santo Aleixo) 


É

vora es una de esas ciudades que suenan a mujer y a carreteras desastrosas. Pero en Évora no hay mujeres, aunque carreteras sí, y muy malas. Tampoco hay hombres, o, mejor dicho, sólo hay uno. Los demás son fantasmas parsimoniosos, aunque gentiles. Los verdaderos habitantes de la ciudad son los muñecos y José, que se apellida Russo. Pero no sé si alguna vez estuvo allí o tiene algo que ver. José es como el Zé, povinho, muy povinho, pero hasta la médula, es decir, hasta las manos, hasta el último resorte de su mano de manipulador de marionetas. Seguramente Miguel Ángel y su mano tienen un lejano parentesco y en su palma Dios y los anjinhos cobran sentido y alegría.

José Russo vive en y del teatro, un sitio enorme que es a la vez un pan huraño y un pelín de descuido. Se nota que le falta una mujer. Una de esas mujeres de viaje arregladitas y ordenadas que tape la humedad de los techos y las perspectivas purulentas, que pinte las paredes y perfume con su celo el moho que rezuma todo. Pero es que en Évora no hay mujeres, pero sí TEATRO, de ese que no se puede concebir más que escrito con mayúsculas.

Los fantasmas parsimoniosos a veces tienen una apariencia de vida pero no son una cosita distante, así como una exhalación o un saludo a José, a sus acompañantes, que son unos señores doctores venidos de lejos para que José Russo interprete su papel de Director de Teatro halagado y pueda enseñar su casa, donde los fantasmas son solamente eso. Y las únicas realidades corpóreas son el Padre Eterno o el Mestre Chanças, o los anjinhos, que a veces desde su ventana mágica tras las rejas de la ilusión, interpretan para las sombras el enigma de la creación del mundo.

[Los viajes entretenidos] Badajoz, 11/12/1989

 

28 diciembre, 2021

SIN TÍTULO

 

D

isfruta usted del paisaje?

– ¡Hombre, sí! ¡Pero disfruto más comiéndome una docena de ostras!

– Viciosillo del marisco, ¿eh?

– ¡No, no! ¡Que va! Por decir algo. También hubiera podido contestar que me resulta más satisfactorio ronronear por la espina dorsal de una morena de Bahía, o, acodado en el balcón del noveno, escrutando cabecitas paseantes por la Avenida de Colón, adivinando cuántos centímetros de altura coronan las cabelleras, o especulando acerca de la moda invernal en peluquería. La verdad es que nunca me acodo en el balcón del noveno porque vivo alquilado y soy remiso a compartir mis ensoñaciones con la patrona. Y tampoco conozco ninguna mulata brasileña para sentirme felino meloso por su espalda.

– Pero entonces, ¿las ostras?

– Tal vez sea el exotismo. O la delicia de sentir aguarse la boca al representar el limón lloviendo sobre el habitáculo de nácar. En realidad preferiría exprimir media tonelada de limones sobre el cuerpo desnudo de una venus estática sobre un bidet.

– ¿Una venus negra?

– Sí, ¿por qué no?

– Pero resultaría imposible engullirla de un bocado.

– ¡Claro! Es que las venus negras le empequeñecen a uno la boca y no sirven para los cuentos de lobos, aunque se las rocíe bien de jugo de limón.

– Seguramente es usted un buen gourmet.

– ¡Nooooo! Yo en estas cuestiones de la cocina soy como muy conservador. Entro mal por los platos nuevos. A mí una buena legumbre y buenas carnes, pero poquitas.

– Pero ¿a que le gustaría un buen combinado de Boticcelli adornado con tanga de calas desiertas y pepitas de limón brillantes y aceitosas?

A esa pregunta ya no me contesto.

 [Los viajes entretenidosBadajoz, 09/02/1988

27 diciembre, 2021

EN DIRECCIÓN A CASTILLA

  

I

ntroduzco Extremadura entera en el asiento de al lado y dejo que se levante las faldas hasta donde las lenguas cenicientas de los eucaliptus puedan lamer la desnudez de sus ingles, allí donde no llega a ceñirlas la seda. Poco a poco, en espasmos crecientes, va adquiriendo un color verdusco, casi pelusa, casi norte abrileño regado por la saliva de otras mil lenguas. Pero no soy capaz de soltar las manos del volante, de deslizar los dedos por su triángulo virgen y ensortijado, rabiosamente desconocido. No soy capaz de desear aminorar la prisa, de detenerme en la cuneta para introducirme en ella. Hay algo más arriba que me obliga a acelerar en dirección a Castilla.

 [Los viajes entretenidosBadajoz, 08/02/1989

 

25 diciembre, 2021

SIN TÍTULO

  

C

Curva a curva devoro el cuello del Tajo mientras espío a la izquierda su vientre abultado y a la vez desnutrido. Me detengo en el primer alto para masturbarme sin miramientos, ignorando las bocinas, las fugaces muecas de asombro y desprecio. A veces levanto el puño obscenamente y les grito que por estos parajes hace tiempo que no llueve. Pero es inútil. Se alejan demasiado veloces a lomos de su vergüenza, sabe Dios haciendo qué comentarios, cuántas cruces. En realidad no me importa. Sólo lamento la pérdida de concentración y el inevitable retraso en fecundar las estériles laderas de granito.

[Los viajes entretenidos]

Badajoz, 03/02/1989

24 diciembre, 2021

FANTASÍAS

 

P

ienso en la posibilidad de llevar una mujer al lado en este viaje y, sin darme cuenta, se me dispara la imaginación en una galopada frenética. Los neumáticos pierden adherencia y puedo soltar las manos del volante para acariciarme la nuca y el pantalón. El resto es tan sólo velocidad: la sombra de los eucaliptus que lame en un vértigo sus piernas de seda negra, que desliza el filo de sus hojas cenicientas por las medias enmarcando la desnudez del muslo; los falos telegráficos que acarician la pulpa de su carmín aberrante y abierto, ansioso; el aleteo desganado de cualquier merodeador que se eterniza un segundo sobre sus agrietados pezones; y la música de Bach, ensortijándose morosa en el triángulo de sus braguitas.

Las mujeres que viajan conmigo llevan siempre medias y una transparencia interior que hace de su ropa una melodía de fugas a ciento cincuenta por hora. Adoran la fuerza centrífuga porque hace huidizos sus hombros, sus pechos desnudos y les proporciona un recato momentáneo de doncellas pudorosas.

Las mujeres que viajan conmigo aborrecen las buenas suspensiones que las ofrecen sin miramientos al deseo desnudo y brutal de la contemplación angular.

[Los viajes entretenidos]

Badajoz, 01/02/1989

 

22 diciembre, 2021

SIN TÍTULO

  

A

l conductor le gustaría ser minucioso y detallista, contar anécdotas graciosas que oyó repetir a alguien que las había oído de labios de otros; describir arquitecturas y paisajes humanos y poner muchos nombres de cosas y muchos nombres de personas.

Pero se pierde por los intrincados caminos de la memoria.

A veces piensa o cree pensar en el video y se consuela con no ser un Berckford o un Wraxall, o un... Por ejemplo, ese señor al que recientemente le han dado el Nobel y que no le apetece mencionar porque lo estima y ya me lo están manoseando demasiado.

Es muy suyo el conductor en estas cosas.

También le gustaría ser historiador, anecdotario, y un banco de datos, pero se le ocurre que de eso ya hay mucho y sirve de bien poco. Así que prefiere seguir como hasta ahora y allá los demás.

Lo que realmente le preocupa es que últimamente haya pocas mujeres que se introduzcan en el asiento de al lado para hacerle compañía. Eso sí es realmente peligroso, probablemente síntoma de cansancio o incapacidad para ramificar las manos y la atención.

[Los viajes entretenidos]

Badajoz, ¿/?/1989

20 diciembre, 2021

DEL MAR TE TRAERÉ

(Para Julia Ferreira)


Del mar te traeré lo que es del mar: el azul
necesario a tus ojos cuando quieren ser azules
y una mirada dulcemente mecida en
la línea ondulada del horizonte.

De la tierra el azogue de los espejos,
montañas y valles siempre lejanos
y una piedra fatigada a la que ayudar el paso
arropándola en los bolsillos.

Del cielo… No sé qué traerte del aire:
quizá la boca de un verano que espera
descender el río para en el último puente
ser gaviota o mirlo y antes del
otoño o de otro escalofrío…
cantar

— ¿Qué has de traerme, padre, de los
dientes o de las uñas? — He de
traerte un cuerpo que te proteja de las manzanas,
un cuerpo dócil con sabor a jardín
para lamer en silencio la dulzura
verdíssima de sus lágrimas,
un cuerpo sin puñales ni ángeles
irascibles que griten
a las puertas de la alegría.

UNA DE BANQUEROS

  

A



ti qué te gustaría si pudieras ser mayor?

– Hombre, me pones en un apuro, pero si de verdad pudiera serlo, a mí lo que realmente me gustaría ser sería banquero.
– Mira que últimamente están muy mal vistos. No me extrañaría nada que llegaran a quemar alguno para escarmiento.
– Bueno, pero ¡¿y lo que disfrutan!?
– Claro, eso sí. ¡Disfrutar, disfrutan un rato!
– Sobre todo sabiéndose menú del día. ¡Estaría bueno! Llegas al corrillo de beatas y les dices, “¡Pónganme una de banqueros!”
– No tenemos. No nos queda.
– ¡Cómo que no tienen! Pero, ¡¿qué desfachatez es esta?!
– Verá, lo siento. El último se lo llevó una señora de Trujillo... Eso sí que daría rabia, eh?
– ¡Hombre! ¡Vaya que sí! Pero lo mejor de todo son los banqueros a la campestre, para las tardes de excursión, bien envueltos en una página de sociedad y con saborcillo a imprenta familiar y a titular reciente. Eso, entre las sombras de un pinar como éste, tiene que quedar como muy bucólico.
– ¡la lástima es que sea un poquito indigesto!
– ¡Hombre, no será tanto! Lo que pasa es que a usted todo le repite enseguida. Pero eso, con una buena cucharada de bicarbonato o de sal de frutas y unas cruces queda arreglado y santas pascuas.

[Los viajes entretenidos]
Badajoz, 14/02/1989

 

17 diciembre, 2021

EL VÉRTICE DE LA MIRADA

  

E

l ojo es fugaz. Pasa sobre las cosas como el desdén por los recónditos deseos inalcanzables y sufre la demora como un miedo subterráneo y trémulo, padeciendo la tiranía de las manos.

Las manos son dos garras estúpidas aferradas al círculo vicioso de la fuerza centrífuga, empeñadas en que la línea recta es el camino más seguro desde el inicio hasta el final del viaje.

Y así, entre las obsesiones, miedos, prisas y dinámica elemental, el mundo es una sucesión ignorada de manchas de casas, de sombras de árboles, de esqueletos de gentes, que se asoman curiosos al vértice de la mirada y desaparecen en una ignorancia tácita y a veces premeditada.

Toparse con la realidad está prohibido, o al menos no es aconsejable (ni por las normas de circulación, ni por la fragilidad de la carne). Pero, de ser inevitable, es aconsejable mostrarse cortés, no ser rudo, darle conversación (sobre el tiempo, la última película, el debate sobre el Estado de la Nación o cualquiera de las mil cosas que interesan a una realidad intrusa). Y, sobre todo, ser anfitrión modélico, de esos que incluso en aras de la hospitalidad están dispuestos a ofrendar sus despensas, sus casas, sus hijas, sus mujeres y la colección de sellos heredada en la infancia.

¿Por qué le gustarán tanto a la realidad las colecciones de sellos?

[Los viajes entretenidos]

Badajoz, 13/02/1989

16 diciembre, 2021

ELVAS

  

E

l conductor piensa que el intercambio de las princesas de 1727 es un símil poco afortunado a la hora de coger una caja de leche o un paquete de azúcar, o una cajita de palillos, que también es más barata en escudos. Pero como aún no le preocupa ni la economía ni las buenas o malas metáforas, prefiere dejar el coche y pensar en Bárbara B. o en Marianita V. hablando en sus cartas a Isabel de F. de su aburrimiento, de sus menstruaciones y de lo mucho que era amada por su príncipe azul del Brasil. Resulta sorprendente su candidez en contraste con el papel desempeñado en la vida portuguesa de la segunda mitad del siglo. Pero el conductor se niega a hablar de estas cosas, porque siente un gran respeto por la locura y sus adeptos. Prefiere hacer una apología del trueque, que es una cosa tan sencilla como yo te doy y tú me das y de mutuo acuerdo nos engañamos, pero poquito. Me pregunto si Bárbara B. o Marianita V. tuvieron en algún momento a orillas del Caia complejo de mercancía. Probablemente no, porque todo fue muy bonito, con música, luminarias y fuegos de artificio, arcos triunfales a su paso y otros divertimientos sin fin; porque hasta un trueque de princesas hay que mojarlo y regocijarse con el buen negocio.

Bárbara B. debía ser el coche a estrenar que el conductor viajero nunca hasta ahora ha podido disfrutar, aunque no pierde la esperanza. Pero Marianita V. era perfecta para el regateo, sobre todo porque el rey de Francia de los romances primero dijo que sí, que era una novia muy requetebonita, pero después vino la pelotera y te devuelvo a tus papás por una rabieta y una piel norteña menos castigada por los rigores del clima ibérico. Afortunadamente a los príncipes azules aún no se les había planteado la cuestión, el delicado quid de las primeras y segundas manos. Aunque claro, en honor de la historia y de la limpieza de intenciones de los productos reales, el conductor debe retractarse y decir que los autoservicios no existían en aquella época y que, por tanto, como mucho, el producto podía ser calibrado en algún juego del escondite o en algún momo desenfadado. ¡Candoroso lo de los momos! ¿O debería decir carnaval? ¡Lo mismo da! A nuestro amigo tampoco le preocupan los anacronismos, sobre todo cuando siente admiración por lo vetusto y se extasía ante una muralla o el relato de un cronicón.

[Los viajes entretenidos]

Badajoz

15 diciembre, 2021

EL AGUA Y SUS REMOLINOS

  

V

iendo engordar el río desde los ventanales entre el cigarro y los diez minutos de descanso y percibir en todos la exhalación, el asombro, el “que yo recuerde nunca antes de este modo” con el temor de que la ropa quede estrecha y se desborden las gorduras por las ingles de las Moreras…

De un momento a otro puede cruzar bajo los puentes el codo de aquel furtivo anunciado por la vidente. Resulta curioso como la desgracia es capaz de querer creer en adivinos, de convencerse de su utilidad. Pero el observador, que en realidad es el mismo que el que conduce, o el viajero que no quiere utilizar porque suena a otro, duda de la capacidad de los videntes cuando el agua es barro, un marrón opaco celoso de sus fondos. Pero tampoco quiere pensar en la fragilidad de la piel y lo que puede el agua y sus remolinos, las ramas astilladas y sus filos como picas, las piedras duras. Sólo disfrutar sacrificando al río unos instantes de pasmo. La historia dice que en lo más rural aún el miedo viene en forma de tricornio y más allá Antonio grita que a él cuando lo del hambre y los diez años, unas naranjas así le costaron una tunda soberana y después formula una ecuación en la que familia es igual a guardia civil y de la suma de todos los factores resulta un hijo de puta. ¡Y todo por dos quilos de café! Consuelito y sus paranoias dice que no, que eso ya no se da. La irresponsabilidad, la irreflexión que no entiende de dinámica elemental ni de caza. Para ella la culpa es de los cotos. Hay demasiados. En Extremadura siempre se ha cazado. Todo el mundo caza, aún sin hambre, por el gustillo de lo prohibido. Pero eso de los cotos es cosa de ricos y llevarle la contraria a los ricos es también un cosquilleo agradable.

Y así va el observador estableciendo extrañas asociaciones entre conejos, naranjas y café y hace un menú algo extraño que tiene un sabor algo amargo y húmedo, como la tragedia de los ahogados. 

[Los Viajes Entretenidos]

Badajoz

14/12/1989

14 diciembre, 2021

LOS ELEFANTES EN EL LAGRIMAL

 

E

l conductor también es padre y tiene unan hija que cumple y supera todos los tópicos de las cegueras paternales. Pero no le importa reconocerlo. Una de las cosas de las que es consciente es de su desorbitada sensibilidad. Porque cuando el conductor llega al listón de la emotividad, no salta, se detiene unos instantes y entonces se le desbordan unas lagrimitas pequeñas y dulces. En otros tiempos era más vergonzoso: se frotaba repentinamente los ojos para enrojecerlos y culpaba a las inocentes motas de polvo, a una pestaña descuidada o atrevida, al humo familiar de un cigarrillo… Después vino aquello de la toma de conciencia, de la aceptación tal cual, porque ya nunca sería de otro modo. Y con ella la confianza (no con todos, claro – con otros muchos las motitas, las pestañas y el humo continúan siendo unos buenos aliados, aunque no sé si convincentes). Hasta resultaba simpático eso de “los elefantes” trompeteando por los diminutos lagrimales. El conductor se pregunta muchas veces el porqué de no con todos. Pero también le gusta tener intimidad y no darse totalmente. Así que no le preocupa encontrar una respuesta o la que tiene sirve perfectamente a sus intenciones.

12 diciembre, 2021

Reflexión sin detalles sobre un batacazo a media noche

 

E

sta noche estoy rabiosamente despierto. He apretado con ternura protectora tu cuerpecito temblón contra mi pecho y se me han saltado dos lágrimas como dos elefantes que me han resbalado por el apelativo de padre velador de tu sueño.

El golpe, la alarma, la carrera, el descubrimiento, el susto… sólo es una nimiedad que va a aplacarse con unos susurros y un beso en la nuca. Al final vuelves a sumirte en el sueño y esta caída de la cama pasará al pequeño conjunto de cosas a olvidar, de cosas que dentro de unos años, cuando pretendas tener conciencia de un yo memorizado y con prehistoria onírica, danzarán en el fondo de tu obstinación por retroceder cada vez más en el tiempo, de ser más antigua.

¡Lástima!

¡Lástima que ese conocimiento, esa comunión uterina del mundo se quede en nada! ¡Lástima también que después de esos primeros nueve meses, luego, los (¿dos, tres o más?) años siguientes estén destinados a perdurar sólo en un lazo de afectos entre tú y Ella, tú y yo, tú y ciertos objetos inevitables! Quizá la fotografía, y el cine (¡Quién sabe cuántas cosas más!) se inventaron para suplir ese agujero negro de los primeros tiempos. Gracias a ellos un día podrás verte con un orinal en la cabeza, comiendo tu primera papilla sola, posando por primera vez; y oírte cantar fragmentos de canciones junto a la voz solícita e insistente de mamá, esa voz orgullosa, sabedora de que está atesorando una reliquia más para mañana, cuando también nos sea difícil pensarte como ahora.

Y así, volviendo siempre el recuerdo atrás, uno se da cuenta de que hay otras lagunas, de que el ayer mismo está roído en sus más elementales cimientos y que lo que hay dentro de la caja es el paupérrimo tesoro, los restos de antiguas glorias.

¿Y qué hacer?

¡Nada!

Esperar que te caigas otra noche de la cama, perder el sueño en el susto tiritante de tu llanto y anotar en cualquier papel que tengas a mano cosas como “papá, papito, pai, guaro, no schupes, mimeao toda”, para que algún día no nos desesperemos arrancándonos de los labios algunos horribles y manidos “¿recuerdas?

Salamanca - 23/04/1988

10 diciembre, 2021

NOCHE DE GUARDIA (23:40)

 

M

e detengo sobre la chupita colgada de una de las interrogaciones del perchero. No parece mía. Con esos galones prestados y ese brazalete amarillo.

Afortunadamente no pertenezco a la raza del homo dramaticus, cuyas iniciales (GOR) me confirman como vigilante de un orden al que no respeto y en el que no creo.

¿Irán las dos cosas unidas?

O, por el contrario, ¿La una implica la otra?

¡Me trae sin cuidado!

Estoy seguro de que si la descolgara, si hurgara dentro de sus amplios bolsillos, además de encontrar unas cuantas chocolatinas, un rotulador rojo, un bolígrafo, varios pases de V/Ps que no sé para qué sirven, una bolsita de pastillas de menta fuerte Fisherman, el mechero, los Celtas cortos y la navaja, hallaría los inevitables relojes-relevo: maravillosos gongs, trompetas, campanas, voz anunciadora del otro lado del muro.

Pero es mejor que no la descuelgue, que deje reposar los sudores de la jornada, junto a la camisa y al pantalón. Algo me dice que una mirada atenta retrasa los segunderos y, aunque no soy supersticioso, prefiero seguir siendo el cabo ciego que dirige a estos tuertos, pero muy viejo, viejo cada vez más, con la prisa de siempre.

Sé que fuera, en la ciudad, todavía quedarán fuentes de la juventud. Sólo es necesario apresurarse para beber en ellas.

13/01/1988

Hora de Paseo “Pareces alguien vestido de ese modo”


NO!¡NO!

 -le dije en tono autosuficiente, afianzando un aplomo y una convicción casi desmesurados, que presagiara en la redonda pronunciación de las últimas vocales una continuación no por obvia menos digna de asaetear con ella lo más íntimo de lo que hubiera podido ser un cumplido, o camino de ser lo más probable: una impertinencia.

“¡No, Es que vestido así, soy alguien!” Y el otro se quedó petrificado en las escaleras del Palacio de Anaya, ya para siempre en mi recuerdo con una cara de circunstancias, no sabiendo si reírse por lo bajo de su propia estupidez, o si soltar una carcajada estridente para tratar de desarmar la confianza que había mostrado en mí mismo, con una banal y simplona muestra de desprecio (lo cual podría también haber interpretado –punto a mi favor- como una clara muestra más de su ínfima locuacidad).

Lo dejé allí plantado (y eso que no teníamos compromiso ni obligaciones) mientras cruzaba airoso la explanada de la victoria (de tantas derrotas, uniformado con su misma piel).

No me volví a comprobarlo, pero así ha quedado grabado a mes y medio de perspectiva.

¿La ciudad?

La ciudad es otra cosa.

En este retazo no hay estación, ni avenida remedadora de ramblas barcelonesas (aunque más sucia, debido a la negligencia de una garrulería invernal de gorriones).

No hay frío, ni indecisión, ni tampoco ese no saber qué hacer con el tiempo libre. Es una especie de vacío surcado por palabras, donde un Ego pretérito campeará para siempre sobre la estupidez militar.

13/01/1988

30 noviembre, 2021

ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE LA PROSA

Quiero escribir un cuento sencillo de estilo, donde la fábula no esté oculta en complicadas imágenes, y que la acción se pueda palpar en algo más que las meras alusiones. Es una idea que me ronda la cabeza desde hace tiempo. Pero, ¿no lo he hecho ya en “La verdadera Historia de Charles Lynch”?
Últimamente me quejo de continuo de ser incapaz de escribir un poema. Garabateo versos sueltos en cualquier papel, pero soy incapaz de crear algo unitario, algo que no sea disperso. ¿No será esta incapacidad (transitoria, espero) fruto de la dedicación exclusiva a la prosa?
Sin embargo, y de aquí arranca la reflexión, compruebo al releer los cuentos que se hallan plagados de imágenes poéticas, de tal forma que la acción podría quedar oculta en asociaciones y metáforas poco claras para un hipotético lector. Es evidente que para mi está más que de sobra, se distinguen bien esas acciones que, diría yo, son incluso más ricas que las meramente descriptivas. La ambigüedad deja la puerta abierta. Me gustan las puertas abiertas de par en par. Pero también he comprobado en las lecturas realizadas en la Tertulia (apresuradas por culpa de ese afán de declamar que todos parecemos tener) que a veces el oyente/lector es un poco inactivo, que gusta de las cosas digeridas. Exigirle, pues, un esfuerzo de esta magnitud puede ser una locura, e incluso un suicidio.
“Arraya” no es un simple volumen de cuentos dispersos, pues todos son interdependientes, entrelazados entre sí por el espacio restringido, el tiempo dilatado y por los propios personajes envueltos en una elipse, de forma que tan pronto se acercan al lector como se alejan de él.
¿Falta de acción? No. En todo caso, exceso. Pero sucede que se hallan desarrollados como tras un papel de cebolla que hubiese sido convertido en puzle deliberadamente. En este sentido se me podría acusar de parcial, restrictivo o de superficialidad. Sin embargo, con estar un poquitín atentos se puede comprobar que las mismas acciones vuelven a ser retomadas una y otra vez, aludidas en distintos cuentos, de forma que van fundamentando la idea básica que informa la materia de relatos como “El remolino” (no incluido en “Arraya” más por razones de estilo que por razones temáticas) o como el epílogo de “Cuatro variaciones…”
El tiempo ni transcurre ni se destruye, evidentemente. Se transforma, muta, adquiere otro estado en cada recreación o evocación. ¿y como no, si se trata de un tiempo de la memoria, un ayer real visto desde un hoy más reflexivo que a veces lo deforma de tal manera que ya no hay parecido entre realidad y ficción. El tiempo es una sustancia moldeable, un juego de plastilina, que nunca podrá ser utilizado como material educativo. Pero tiene también el don del movimiento, extensible, compartido no sólo por esta conarradora Milagros, sino por cualquier lector imaginativo.
Naturalmente queda siempre la duda de si el producto resultante responderá a las exigencias básicas iniciales, o si la explicación-interpretación no será una consecuencia directa del mismo relato en un afán por encontrarle un sentido unitario. De todas formas, ¿por qué tiene que haber una unidad? Nunca has creído en los libros de poesías, sólo en las recopilaciones.
¿Por qué no puede suceder lo mismo con los libros de relatos? Claro que puede, pero no en “Arraya” La imbricación de personajes, acciones, tiempo y espacio, estaba ya en la estructura profunda de “Rolim el Mocho”, narración inmadura que por razones de pudor me abstengo muy mucho de incluir en el volumen.
¿Realmente deseas escribir un cuento sencillo?
Si quieres te lo planteo de otra forma: ¿Realmente piensas en el posible destinatario a la hora de crear, o sólo lo haces después de las numerosas (demasiadas) correcciones?
Es otro tema que hemos discutido muchas veces. La mayor parte de ellas no llegamos a ninguna conclusión. Pero estoy seguro de que también hay indispensables interrelaciones entre ese “antes” y este “después”.
Actualizar una obra, un capítulo, una página o una simple oración, no proporciona satisfacción cuando el número se reduce a la unidad.
Los “escribo porque me gusta”; porque “es una necesidad vital”; porque “me divierte”; porque “no sé hacer otra cosa”… son poco convincentes para ti, nada, me atrevería a asegurar.
Sé que tienes presta una respuesta más poética, pero a veces te he visto también dudar. Habría que preguntarse, primero, si lo tuyo es arte y, al final, desembocar en el terrible e inevitable “¿para qué?”.
Sí, no sería difícil encontrar mil variaciones para el “¿por qué?”, pero la finalidad es otra cosa. Hacer un nuevo discurso sobre las letras y las armas sería una estupidez, de puro engreimiento.
Es mejor que acudas al Quijote y cites directamente. Por lo menos no te acusarán de plagio, ni se meterán con tu originalidad, o con su ausencia. Pero en este casi siglo XXI habrías de extender las dicotomías y hablar de
1) las letras y la fontanería;
2) las letras y la electrónica;
3) las letras y la albañilería, etc., etc., etc.
Y en todos los casos, salvo raras excepciones, acabarías concluyendo conmigo que el segundo elemento de la comparación se lleva la palma, sin lugar a dudas.
Lo terrible, lo verdaderamente catastrófico es esta época y no los vaivenes interiores. Es muy lícito cuestionarse a uno mismo, pero otra cosa muy distinta es poner en tela de juicio tantos siglos de humanidad.
¿Merecería la pena ser ahora un Proteo encadenado?
He aquí una cuestión que cada uno ha de responderse desde su específica forma de ser. Y el que no quiera planteárselo, es mejor que sea instintivo y que actúe por impulsos.
A veces también así salen cosas decentillas, limpias y aseadas, casi al gusto, aunque no del todo honestas. 
05/01/1988

28 noviembre, 2021

LA VEJEZ y los pequeños olvidos

¿Tu sabes cómo me pongo el abrigo?
Con una ira serena cada vez
que pierdo las mangas, cada vez que
deja de ser prenda agasajadora y sólo transmite
frío
y en los bolsillos no hay pruebas
de haber pasado por la vida, no hay compromiso
social, o personal,
solamente un hombre a la deriva.

¿Tu sabes cómo se ponen los zapatos?
Siempre mirando hacia el camino, siempre el pie derecho
al lado del izquierdo, inseparables en su conjunto de dos
con idéntica función.

¿Y sabes para qué me pongo
todas las mañanas los anteojos bien limpios y
despojados de todo lo superfluo e inútil?

Me gustaría
ver mi futuro como un paisaje dinámico, abrigado,
moviéndose a pie por dentro y por fuera, pero
tengo una memoria que no se encuentra
en condiciones de actualidad y ciego,
sin abrigo, sin zapatos, corro el riesgo de escribir
sólo obsesiones, sólo modelaciones de la materia prima
en esta pasarela donde el reloj da siempre la misma hora

Salamanca
11/11/21

25 noviembre, 2021

25 de noviembre Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las mujeres

 ¿El lobo que hoy

no mata

un cordero dócil,

decae del criterio

que se le tenía?

¿Y si se tornara

vegetariano? ¿Sería

despreciado?

¿O tendría inofensivas

fechas

en el calendario de esas

sin trágicas conmemoraciones?

Azúcar moreno con sabor a… recuerdos


P

ocas veces he vuelto a encontrarme en el café ese azúcar moreno con apariencia de canela mal molida. Ese es un sabor de infancia, dulce pero algo sombrío y triste. Se me representa frente a este otro edulcorante inmaculado del azucarero de cristal, encerrado en lata de Cola-Cao, esquivo a las cucharadas golosas de mi hermana Isabel (un personajillo de rodillas “esmurradas” que, más alta que yo, tenía la delicadeza de hacerme partícipe de sus asaltos a las elevadas estanterías de las compotas con la pretensión (inútil) de silenciar la confidencia a nuestra madre. Yo era bastante chivato por aquellos años.

Venía de no sé dónde, en el interior de una camioneta que nuestros ojos escrutaban ávidamente entre las extremidades de los mayores; salía de una saca de arpillera, un poco más pálida que él mismo, y se enfundaba en unos paquetes (más pequeños los de medio kilo, de kilo los más grandes) del mismo color terroso.

Era una delicia espolvorear con él las rebanadas de pan tostado en la “grelha”, una delicia esa mezcla de sabor al humo del hogar, al hierro de la parrilla, a la mantequilla “manteiga” y al dulce áspero.

¿Cuántos años tendría entonces? Menos de siete, por supuesto, ya que, muerto mi padre, al poco nos marchamos a Vilar Formoso, una villa que de eso sólo tenía el nombre. Y allí, aunque recuerdo haberlo encontrado algunas veces más, todo era distinto porque era Portugal y era España, no se sabe en qué proporción. Seguramente les sucederá lo mismo a todos los habitantes fronterizos. Del mismo modo no sé si blanco o negro, si los dos. Pero el blanco era distinto, era lo urbano. Y toda mudanza exige unos cambios. Así, el azúcar moreno desapareció para siempre de los desayunos.

Más tarde, ya en Salamanca, de regreso de esas esporádicas visitas, cada vez más espaciadas, al pueblo (la renta de la casa, casi siempre), mi madre volvía con uno de esos paquetes marrones y lo depositaba (junto a algún tarro de Nescafé, unas bolsas de Montenegro, unas toallas de encargo, unas gasas encomendadas, un paquete de  SG (tabaco) y unas cajas de cerillas de rabo más largo que estas de aquí) sobre la mesa, como una golosina, al igual que los burdos caramelos de azúcar de aquella “mercearia” situada frente a la iglesia.

¿Cuándo se perdió la sorpresa?

Ahora sólo lo encuentro como una alternativa sana y dietética en herbolarios de falsa apariencia antigua, que pretenden dar esa imagen natural que desmienten los vaqueros y el pelo largo del dependiente; o las varillas de sándalo que cuelgan del expositor giratorio.

Desgraciadamente tampoco los recuerdos se han librado de la comercialización.

16/11/1987

24 noviembre, 2021

TRENES Y TEATRO

A

 las estaciones de tren les pasa lo que al teatro: si te inclinas por la perspectiva de los bastidores, de la trastienda, pierden su encanto, la magia de ese algo arropador, envolvente, que es capaz de mantener incólumes las máscaras de los que transitan delante de nosotros mientras (de paso) accionan los cuerpos que las llevan. Así los raíles dejan de ser paralelos, se hacen picudos en un amor caprichoso y fugaz y se dispersan de inmediato, siempre por el mismo camino, pero sin volver a tocarse hasta el próximo arrebato o hasta la siguiente desviación.

Por aquí al lado circula el materialismo del hombre. Y el hombre mismo es una herramienta con horario prefijado. Los vagones se suceden. Entran y salen. Componen largos gusanos metálicos. Permanecen unos segundos con la incógnita de sus interiores y desaparecen en aquella curva próxima al Uribarri, desnudos, vagones otra vez, como un actor que a los lados del escenario fumase displicente, ajeno al penúltimo acto, sólo esperando, reposando en torno a la tramoya artificial de las últimas casas, soltando los chirridos de costumbre a un farol ensimismado que ya no se sorprende ni siquiera en el desenlace porque hace mucho, mucho que nos olvidamos del estreno. 

Salamanca - 20/10/1987 

22 noviembre, 2021

Recuerdos polvorientos de un desván

L

a luz de los quinqués volvió a pasearse por entre los tesoros de aquel desván de nuestra primera casa lusitana: la gramola descomunal y silenciosa, siempre aquejada de sordera, aferrada a aquel embudo de apenumbrados abismos, con aquella uña feroz, más aguja de coser burdas arpilleras que mágica orquesta; las pilas de inútiles discos de pizarra, también descomunales, que a veces cobraban repentina vida y volaban silbantes por el aire enrarecido y denso, emulando hazañas olímpicas de discóbolos u otros atletas de los que desconocíamos el nombre; los cartuchos vacíos a la espera de albergar en su seno cilíndrico un puñadito de pólvora, un puñadito de perdigones, y unos simpáticos aritos de cartón que corrían entre los dedos de mis hermanos en un presentido mercantilismo desinteresado o, simplemente, anillo de compromiso para nuestros dedos ansiosos; y el maíz desgranado de los rincones, brincando por los costales de los sacos para jugar amarillento y sonriente por entre el polvo de la madera; el olor a viejo del entarimado, hirviendo, sin embargo, de una desconocida vida, como si un roer continuo lo estuviese animando y, a la vez, deshaciendo por dentro, en una vejez inútil y sin proyectos; y aquel balcón siempre cerrado, estrecho y sin horizontes, acodado a la higuera del patio de enfrente, promesa de desgracias sin fondo y, por eso mismo, manzana tentadora.

Y al cabo, la sombra fue persiguiéndolos a todos, empeñada en arroparlos en su gris, tristón y desganado abrazo, como un olvido que de repente se presentara sobre el techo de la aldea y diluviara sobre los cuerpos, sobre el alma, sobre los otros que fueron, y estos recuerdos de hoy. 

16/10/1987

18 noviembre, 2021

La diversidad de uno mismo

  

E

n alguna parte de esta ciudad, no digo ya en el Norte o en el Este, al otro lado del río, o en las febriles barriadas de nueva construcción, existe una especie de doble yo, otro mí, serio, maduro, el que va a triunfar, agazapado, paciente, vestido de los meses del año, con diversidad de colores, sin afeitar las más de las veces, imprevisible en los horarios y otras pulcro y suave.

A veces, cuando franqueo la puerta, me cuesta encontrarlo, amarrado por deberes conyugales y por las necesidades infantiles de un bebé hermoso y ya para siempre necesario. Pero esto es sólo la duda inicial, una confusión volitiva que desaparece al instante y que en nada perturba la andadura de los pasos restantes. Transcurrido ese momento, volvemos a encontrarnos, el yo de ayer y el de mañana con este yo de ahora y entonces el tiempo vuelve a tener sentido y perderlo, malgastarlo, desaprovecharlo, se convierte en ignominia.

De verjas para dentro sólo perdura un afán siniestro, destructivo, por derruir las simetrías del calendario, por emborronar las perfectas columnas de números negros y rojos y, al fin, creer en los avatares del destino. 

14/10/1987

17 noviembre, 2021

¿Es necesario que el tiempo nos devore?

 


Al año siguiente no volvimos. Ni al siguiente tampoco. Por más que nos lo propusimos, por muchos planes y promesas que nos dimos en torno a la mesa de un café, sentados en algún banco del parque o en cualquier acera de las del barrio, los meses se fueron descolgando de la pared de la cocina, y no volvimos.

Un calendario sustituyó a otro. Y al final, cuando la casualidad nos reunía en lugares que no tenían ya nada en común con nosotros, con los nosotros de entonces, nos dimos cuenta de que nos habíamos ido distanciando y que aquellos días se habían instalado, como una barrera, como un muro infranqueable entre nosotros.

Entonces se impuso olvidar, encontrarse cada vez de más tarde en tarde para referir anécdotas huecas sobre aquellos buenos momentos, pero siempre enmarcados en la vaguedad, como si el contexto hubiese sido otro, y los lugares, y las cosas, y los protagonistas, todo, también.

¿Es necesario que el tiempo nos devore, a todos, que no queden rostros, ni rastro, ni un átomo siquiera de nosotros mismos?

Con buena voluntad estoy seguro, incluso, de que volveré a ser capaz de leer un libro.

15 noviembre, 2021

Otra tarde en el cuartel… sin hacer nada


A fuerza de sentarme frente a ella, día tras día, noches somnolientas de adormecida vigilia, he ido memorizando cada una de sus idioteces, guardándolas en un amasijo deforme de neuronas para poder odiarla más intensamente, con más fuerza, con todo el rencor de que soy capaz de expulsar.
A ratos (quizá sea una mala pasada del sueño o del cansancio de las pupilas) el marco de la inscripción va agrandándose, adquiriendo un tamaño descomunal, siendo casi una puerta o un arco ojival (¿o de triunfo?). A ratos me acuden a la memoria versos de aquel Antiguo, terroríficos versos:
Por mí se va a la ciudad doliente
Por mí se va al eternal dolor
Por mí se va con la perdida gente.
Fue la justicia quien movió a mi autor.
El divino poder se unió al crearme
Con el sumo saber y el primer amor.
En edad sólo puede aventajarme
Lo eterno, mas eternamente duro.
Perded toda esperanza al traspasarme.
Pero después deslizo la mirada alrededor, al palo erecto cimbreado por el enfurecido viento, al deslucido todo del entorno, al putrefacto olor de desecho humano, a la desidia juvenil que me toca soportar, a ese cuadro de arrestos multiforme que al alba actualizamos con mordaces comentarios y me digo “Dante no merece ser vejado con semejantes comparaciones”.
¿Habrá dejado de ser sublime el horror?
Quizá sea otra la respuesta. Más sencilla, sí, pero también más angustiante: es probable que el pragmatismo haya acabado con el último hilo de romanticismo. Quizá por eso también hemos ido dejando de regalar ramos de flores el día de los aniversarios y llenado la casa de molinillos de café eléctricos, multirralladores, planchas a vapor, tostadoras, abrelatas… objetos que con pasos de prisa riñen entre ellos por dejar también de ser de este siglo.
08/09/1987

14 noviembre, 2021

RUMBO A ALBACETE



De los miedos que inspira lo nuevo suele salir casi siempre una fortaleza mayor, una seguridad en uno mismo que, a la larga, acaban transformándose también en pura rutina.
Tu primer traslado a Albacete, la regularidad de los horarios, te obligaron a preguntar a unos y a otros, a cerciorarte en Información; a presentarte en el andén con casi cuarenta minutos de antelación y, sobre todo, a barajar un sin fin de hipótesis negativas que suelen crear en torno al aventurero novel un aura de nerviosismo e indecisión que lo identifican con el extraviado, con el diminuto extraño abrumado por las nuevas moles de acero y hormigón.
Las calles son simplemente calles, laberintos sin sentido en las que colgar visibles referencias de orientación. El mundo se restringe hasta límites insospechados (siempre entre círculos concéntricos, a veces tan reducidos) y puede acabar siendo un robado asiento de la sala de espera.
Se trata de una especie de estigma, visible en todo momento, que produce a los ya experimentados un sentimiento cómico, de conmiseración burlesca. A veces pueden incluso supurar compasión y hasta ternura..
La mayor parte de las veces uno trata de aferrase a un compañero (casual u obligatorio) que facilite los primeros pasos por el nuevo mundo uniformado. No desaparece el distintivo que lo marca, pero da mayor confianza y seguridad (aunque sólo aparente, pues los condicionales, las continuas interrogativas, no dejan de acompañar el traqueteo hasta llegar al destino. Entonces el soldado respira más tranquilo. Ha alcanzado la meta y como consuelo le queda un cuartel en medio de la nada y la convicción de que no importan los medios, sino el fin.
Salamanca

Diciembre de 1986

12 noviembre, 2021

ME DUELEN LAS ARTICULACIONES

En realidad no

me duelen

los pensamientos vulnerables

ni las heridas

del imaginario

esculpido en tantas horas

de atenta vigilancia.

 

Lo que me duele son

las articulaciones,

esas que se sitúan

entre las rigideces esqueléticas,

entre el principio

y la destrucción sin guadaña,

sin cuchillos ni desgracias

y abisman los versos

esenciales.

Salamanca

11/11/21