A veces mi voz se eleva
como una gaviota distante
sobre esos mares del sentido
donde lloran los árboles
de metálico centro
y se hacen diminutos
los barcos de mañana
poblados de redes;
donde lagrimean especies
de ojos irritados
y la sombra alimenta
estribillos de silencio.
Entonces desespero y me oigo
como el eco lejano
de un hierro frágil y desconocido.
Ayer, hace unos instantes,
que tuve alas poderosas,
hubiera podido visitar
los muelles de otro cuerpo
y sobrevolar las salinas
donde maduran los círculos
que dibujó la caída de la palabra.
Hoy me detienen diccionarios
de índice tembloroso
y aprisionan pupilas
de pretéritas imágenes.
Quisiera no haber conocido
para no desear
sentir que un galope adulto
no es más que un eterno potro
soñando tiovivos sin aniversario
y pidiendo limosna a la prisa
para creer de nuevo en la Navidad.
Quisiera ser el incesto
de mi hermanada huella
y fecundar los caminos
de antimoral y lujuria,
caminar descalzo
por las manecillas del alba
y dormir tan sólo
entre las piedras y el cielo,
entre la risa y mi sudor.
Pero algún día he de volver
la pupila atrás
y entonces me horrorizaré
de los muertos que cantando
han resucitado y crecido
en la fuerza de mi tacto.
Yo no quería
que
fueran
de los gusanos sus ojos
ni de una silla de ruedas
sus últimos recuerdos.
Por eso recité todas las noches
sobre el lienzo de los cipreses
epitafios de revuelta
y maldije la muerte
y el progreso que los encerró
entre estériles de altos muros
y fecundos de surco abortado.
Pero, ¿y ahora?
Ahora me persigue
el hálito de sus quejas
y me acosa el llanto amargo
de sus amputadas súplicas.
¿Cómo decirles, cómo gritarles entonces
que soy piel de impotencia?
¿De qué modo convencerles
de que a mi vieja casa
le han nacido puertas y ventanas
cuando más escarchado
estaba el pedestal de sus ovarios?
Os he traicionado
a
todos,
herido con sangre y barro
el himno que me enseñasteis,
profanado los altares
que juramos al dios soberbio
y publicado los ritos
ocultos que la memoria privaba.
Deciros que lo siento
es renunciar a mi libertad.
Pediros cadenas y cilicios,
hambre y el filo de una estrella
sería tranquilizar el prurito
que me persigue las manos.
¡Vosotros sois mis muertos
y sólo con vosotros está la paz!
Me queda únicamente
transferirme a ti,
ocaso de olas y arena,
con bagajes etílicos
y amarillos espejos.
Y desde tu vientre sumiso
esperar mi alumbramiento
maldiciendo de la forma
a la que el barro me arrastra
y acuchillando tus senos dormidos
para que broten mareas altas
y me sepulten en tus muslos
entre mármoles de sueño.
Y si un día me agasajarais
con el retorno
dejad a la izquierda de mi cuna
un corazón de dinamita
para amar violentamente
el sexo de todas las babeles
que pueda albergar mi
garganta.