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18 noviembre, 2021

La diversidad de uno mismo

  

E

n alguna parte de esta ciudad, no digo ya en el Norte o en el Este, al otro lado del río, o en las febriles barriadas de nueva construcción, existe una especie de doble yo, otro mí, serio, maduro, el que va a triunfar, agazapado, paciente, vestido de los meses del año, con diversidad de colores, sin afeitar las más de las veces, imprevisible en los horarios y otras pulcro y suave.

A veces, cuando franqueo la puerta, me cuesta encontrarlo, amarrado por deberes conyugales y por las necesidades infantiles de un bebé hermoso y ya para siempre necesario. Pero esto es sólo la duda inicial, una confusión volitiva que desaparece al instante y que en nada perturba la andadura de los pasos restantes. Transcurrido ese momento, volvemos a encontrarnos, el yo de ayer y el de mañana con este yo de ahora y entonces el tiempo vuelve a tener sentido y perderlo, malgastarlo, desaprovecharlo, se convierte en ignominia.

De verjas para dentro sólo perdura un afán siniestro, destructivo, por derruir las simetrías del calendario, por emborronar las perfectas columnas de números negros y rojos y, al fin, creer en los avatares del destino. 

14/10/1987

17 noviembre, 2021

¿Es necesario que el tiempo nos devore?

 


Al año siguiente no volvimos. Ni al siguiente tampoco. Por más que nos lo propusimos, por muchos planes y promesas que nos dimos en torno a la mesa de un café, sentados en algún banco del parque o en cualquier acera de las del barrio, los meses se fueron descolgando de la pared de la cocina, y no volvimos.

Un calendario sustituyó a otro. Y al final, cuando la casualidad nos reunía en lugares que no tenían ya nada en común con nosotros, con los nosotros de entonces, nos dimos cuenta de que nos habíamos ido distanciando y que aquellos días se habían instalado, como una barrera, como un muro infranqueable entre nosotros.

Entonces se impuso olvidar, encontrarse cada vez de más tarde en tarde para referir anécdotas huecas sobre aquellos buenos momentos, pero siempre enmarcados en la vaguedad, como si el contexto hubiese sido otro, y los lugares, y las cosas, y los protagonistas, todo, también.

¿Es necesario que el tiempo nos devore, a todos, que no queden rostros, ni rastro, ni un átomo siquiera de nosotros mismos?

Con buena voluntad estoy seguro, incluso, de que volveré a ser capaz de leer un libro.

15 noviembre, 2021

Otra tarde en el cuartel… sin hacer nada


A fuerza de sentarme frente a ella, día tras día, noches somnolientas de adormecida vigilia, he ido memorizando cada una de sus idioteces, guardándolas en un amasijo deforme de neuronas para poder odiarla más intensamente, con más fuerza, con todo el rencor de que soy capaz de expulsar.
A ratos (quizá sea una mala pasada del sueño o del cansancio de las pupilas) el marco de la inscripción va agrandándose, adquiriendo un tamaño descomunal, siendo casi una puerta o un arco ojival (¿o de triunfo?). A ratos me acuden a la memoria versos de aquel Antiguo, terroríficos versos:
Por mí se va a la ciudad doliente
Por mí se va al eternal dolor
Por mí se va con la perdida gente.
Fue la justicia quien movió a mi autor.
El divino poder se unió al crearme
Con el sumo saber y el primer amor.
En edad sólo puede aventajarme
Lo eterno, mas eternamente duro.
Perded toda esperanza al traspasarme.
Pero después deslizo la mirada alrededor, al palo erecto cimbreado por el enfurecido viento, al deslucido todo del entorno, al putrefacto olor de desecho humano, a la desidia juvenil que me toca soportar, a ese cuadro de arrestos multiforme que al alba actualizamos con mordaces comentarios y me digo “Dante no merece ser vejado con semejantes comparaciones”.
¿Habrá dejado de ser sublime el horror?
Quizá sea otra la respuesta. Más sencilla, sí, pero también más angustiante: es probable que el pragmatismo haya acabado con el último hilo de romanticismo. Quizá por eso también hemos ido dejando de regalar ramos de flores el día de los aniversarios y llenado la casa de molinillos de café eléctricos, multirralladores, planchas a vapor, tostadoras, abrelatas… objetos que con pasos de prisa riñen entre ellos por dejar también de ser de este siglo.
08/09/1987

14 noviembre, 2021

RUMBO A ALBACETE



De los miedos que inspira lo nuevo suele salir casi siempre una fortaleza mayor, una seguridad en uno mismo que, a la larga, acaban transformándose también en pura rutina.
Tu primer traslado a Albacete, la regularidad de los horarios, te obligaron a preguntar a unos y a otros, a cerciorarte en Información; a presentarte en el andén con casi cuarenta minutos de antelación y, sobre todo, a barajar un sin fin de hipótesis negativas que suelen crear en torno al aventurero novel un aura de nerviosismo e indecisión que lo identifican con el extraviado, con el diminuto extraño abrumado por las nuevas moles de acero y hormigón.
Las calles son simplemente calles, laberintos sin sentido en las que colgar visibles referencias de orientación. El mundo se restringe hasta límites insospechados (siempre entre círculos concéntricos, a veces tan reducidos) y puede acabar siendo un robado asiento de la sala de espera.
Se trata de una especie de estigma, visible en todo momento, que produce a los ya experimentados un sentimiento cómico, de conmiseración burlesca. A veces pueden incluso supurar compasión y hasta ternura..
La mayor parte de las veces uno trata de aferrase a un compañero (casual u obligatorio) que facilite los primeros pasos por el nuevo mundo uniformado. No desaparece el distintivo que lo marca, pero da mayor confianza y seguridad (aunque sólo aparente, pues los condicionales, las continuas interrogativas, no dejan de acompañar el traqueteo hasta llegar al destino. Entonces el soldado respira más tranquilo. Ha alcanzado la meta y como consuelo le queda un cuartel en medio de la nada y la convicción de que no importan los medios, sino el fin.
Salamanca

Diciembre de 1986