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17 noviembre, 2021

¿Es necesario que el tiempo nos devore?

 


Al año siguiente no volvimos. Ni al siguiente tampoco. Por más que nos lo propusimos, por muchos planes y promesas que nos dimos en torno a la mesa de un café, sentados en algún banco del parque o en cualquier acera de las del barrio, los meses se fueron descolgando de la pared de la cocina, y no volvimos.

Un calendario sustituyó a otro. Y al final, cuando la casualidad nos reunía en lugares que no tenían ya nada en común con nosotros, con los nosotros de entonces, nos dimos cuenta de que nos habíamos ido distanciando y que aquellos días se habían instalado, como una barrera, como un muro infranqueable entre nosotros.

Entonces se impuso olvidar, encontrarse cada vez de más tarde en tarde para referir anécdotas huecas sobre aquellos buenos momentos, pero siempre enmarcados en la vaguedad, como si el contexto hubiese sido otro, y los lugares, y las cosas, y los protagonistas, todo, también.

¿Es necesario que el tiempo nos devore, a todos, que no queden rostros, ni rastro, ni un átomo siquiera de nosotros mismos?

Con buena voluntad estoy seguro, incluso, de que volveré a ser capaz de leer un libro.

14 noviembre, 2021

RUMBO A ALBACETE



De los miedos que inspira lo nuevo suele salir casi siempre una fortaleza mayor, una seguridad en uno mismo que, a la larga, acaban transformándose también en pura rutina.
Tu primer traslado a Albacete, la regularidad de los horarios, te obligaron a preguntar a unos y a otros, a cerciorarte en Información; a presentarte en el andén con casi cuarenta minutos de antelación y, sobre todo, a barajar un sin fin de hipótesis negativas que suelen crear en torno al aventurero novel un aura de nerviosismo e indecisión que lo identifican con el extraviado, con el diminuto extraño abrumado por las nuevas moles de acero y hormigón.
Las calles son simplemente calles, laberintos sin sentido en las que colgar visibles referencias de orientación. El mundo se restringe hasta límites insospechados (siempre entre círculos concéntricos, a veces tan reducidos) y puede acabar siendo un robado asiento de la sala de espera.
Se trata de una especie de estigma, visible en todo momento, que produce a los ya experimentados un sentimiento cómico, de conmiseración burlesca. A veces pueden incluso supurar compasión y hasta ternura..
La mayor parte de las veces uno trata de aferrase a un compañero (casual u obligatorio) que facilite los primeros pasos por el nuevo mundo uniformado. No desaparece el distintivo que lo marca, pero da mayor confianza y seguridad (aunque sólo aparente, pues los condicionales, las continuas interrogativas, no dejan de acompañar el traqueteo hasta llegar al destino. Entonces el soldado respira más tranquilo. Ha alcanzado la meta y como consuelo le queda un cuartel en medio de la nada y la convicción de que no importan los medios, sino el fin.
Salamanca

Diciembre de 1986