No temas que te hiera
su
ingravidez total.
Dale
peso con tu sonrisa,
dale
nombre con tus pechos,
dale
forma con mis manos
y
salgamos a la noche,
mujer,
vestidos de luz
para
deslumbrar la tierra.
"La facilidad que tenemos de manipularnos a nosotros mismos para que no se tambaleen lo más mínimo los cimientos de nuestras creencias es un fenómeno fascinante". MURIEL BARBERY: La elegancia del erizo. Seix Barral, p. 117.
No temas que te hiera
su
ingravidez total.
Dale
peso con tu sonrisa,
dale
nombre con tus pechos,
dale
forma con mis manos
y
salgamos a la noche,
mujer,
vestidos de luz
para
deslumbrar la tierra.
Cuando nazca tu simiente
nacerás
de nuevo
y
naceré de tu cuerpo
otra
vez con la piel ausente
pero
de tu sangre,
mujer,
de tu pelo
y
de tus manos.
Déjame acariciar, mujer, tu vientre
y
sentir cómo arqueas la piel,
cómo
bajo el otoño amarillo
te
crecen remolinos y amapolas,
cómo
la vida te hierre los muslos
y
se esparce por tu contorno
un
aguacero sin nombre
pero
intransferiblemente nuestro.
Agregado a vuestro dolor
soy la embajada del suicidio.
Si Vivaldi se durmiera
no temáis que os defraude.
Mi horror seguiría despierto.
Esa flor tentadora
ha echado raíces
debajo de mi piel
y sombreado mis tardes
de racimos distantes.
Esa puerta serena
es mi primera caricia.
Entregadas sus llaves
a mi piel giro la frente:
no hay umbrales para mi sueño
y tú eres de todos
muerte
Me da miedo
hacerte daño con mis
silencios
y brotarte una queja que vaya
de tus caderas a tus pies
como un tren sonámbulo
acordado entre dos estaciones.
¡Ojalá pudieras oír mis pensamientos
o animar tan sólo la palabra
que se me abisma más allá de la piel.
¿Cómo contarte mi manera
si soy de una raza antigua
pregonada por los espejos
y abocada a la autodestrucción?
¿Cómo no callar y errar
por los capiteles de la tristeza
si el metal que me define
es una senda delicada
por la que tropiezo maldiciones
y labios a los que adoro?
Pero no quiero
hacer
de tus senos
una dulce costumbre,
no quiero visitar los pasados
intermitentes de la sombra
ni recurrir a los faros de la infancia
para disculparme los ojos.
Soy el sauce responsable
de la no luz, la flor ligera
que ningún viento levanta,
el impersonal tú de mi sangre
o tal vez el presagio de la antigua
burla del desencanto.
Mujer serena y total:
¡cuántas arrugas te han nacido
en una noche de ídolos macerados!
Se te han caído los pechos
desde los altos pedestales
como una hoja amarillenta.
Ya no provocas el éxtasis de las palomas
sino el rencor de los soñadores.
Ya no eres vasija de rezos y plegarias
sino un rito distante,
porque vuelvo con los ojos cansados
de tanto bastón blanco
Cómo andamos Larra
a
orillas del desencanto
invocando
el bronce
de
las etéreas amapolas,
cómo
nos vamos yendo
cogidos
de las manos
hacia
la pólvora de los espejos
perseguidos
por falsas
promesas
y poblados los ojos
de
amargas carátulas.
Cómo
nos faltan los surtidores
de
otros buenos días.
Cómo
nos llama su pecho
de
risa serena.
Pero
si te faltan razones
he
aquí el manantial
de
mis venas, mis labios
y
mis muñecas abiertas.
Ese
caballo.
Escucha el
galope
de
ese caballo que me corre dentro,
cómo
martillean sus ojos
el
olivo rebelde
que
me queda en la piel.
Pronto
el torrente
que
me invoca los párpados
será
jinete a sus lomos.
Ven.
Silencioso y sin llanto.
Ven
con tus crines sobre el viento
desde
la remota paz de los ahogados
hacia
mis brazos ilusos.
Nada
te detiene.
No
hay aldabas en mis uñas.
Trae
el cuchillo del fuego
y
lléname de tibios sueños
el
baño del reposo.
Pero
no la despiertas a ella.
Su
insomnio es una frágil
piel
de madreselvas
...................................................................
y
descalza la madrugada
de
reproches y rencores.
No
quiero los pintalabios
que
albergan los andenes.
No
puedo esperar más.
Me
voy en sangre y licor amargo
por
las solitarias viñas
a
las que soy ajeno.
Me
voy despacio y piedra
de
arena hacia los brazos
tentadores
de la nada.
Voy
a llevarte conmigo
asesinada
entre mi piel
y
unas manos encallecidas
porque
todo lo que me has dado
son
unos ojos enrojecidos,
porque
todo lo que te debo
son
tus crímenes
y
tus espantos negros.
Si
alguna vez te perteneciste
yo
te di las banderas
que
te identificaron.
Si
alguna vez fuiste una,
bajo
tus pilares
estuvo
mi voz amarga.
Si
alguna vez fuiste libre,
yo
sostuve las cadenas.
Así
pues voy a arrastrarte
a
la gloria de mi yo total
incendiando
tu contorno
con
el dulce filo de la escarcha.
Es
hora antes de nada
de
mirar hacia atrás, de repartir lo que no tengo
y
despedir esas calles
sabedoras
de mi vergüenza.
Sé
que no me echaréis de menos
entre
tantos tactos
como
os sorprenden a diario,
pero
en cada esquina
os
queda algo de mi sudor,
en
cada rendija de asfalto
os
dejo un poco de mi palabra.
Tampoco
tú, lecho nocturno,
necesitas
de mi epitafio.
Otro
te sorprenderá
con
su sexo acordado
y
te hará sentir la embriaguez
..........................................................................
vosotros
libros, vosotros pentagramas
de
mi afán pasado,
buscad
otras manos,
otros
ojos, otros oídos
que
os sean fieles.
Y
lo demás, los otros,
los
saludos de día a día,
sabed
que nada vale la pena,
ni
siquiera el recuerdo.
Pasará
la luna
y
yo no habré de verla.
Pasarán
tus ojos,
las
estrellas, otras calles
y
mil ruidos y otros versos
y
yo no seré más de la noche
ni
de los perros de metal.
Todo
será un estribillo
de
amapolas redondas,
todo
olvido y silencio,
todo
humo de mimosas
y
resina de roble viejo.
Pasa,
pues, luna indiferente,
pasa
y saluda a la muerte.
Ya,
vámonos, Larra
a
orillas del mar,
donde
nos espera Alfonsina,
a
hacer trilogías de un espejo
donde
las olas suaves
son
una boca risueña,
donde
la pólvora quemante
es
sólo una fugacidad
y
la ortografía de los cuchillos