Cuando nazca tu simiente
nacerás
de nuevo
y
naceré de tu cuerpo
otra
vez con la piel ausente
pero
de tu sangre,
mujer,
de tu pelo
y
de tus manos.
"La facilidad que tenemos de manipularnos a nosotros mismos para que no se tambaleen lo más mínimo los cimientos de nuestras creencias es un fenómeno fascinante". MURIEL BARBERY: La elegancia del erizo. Seix Barral, p. 117.
Cuando nazca tu simiente
nacerás
de nuevo
y
naceré de tu cuerpo
otra
vez con la piel ausente
pero
de tu sangre,
mujer,
de tu pelo
y
de tus manos.
Déjame acariciar, mujer, tu vientre
y
sentir cómo arqueas la piel,
cómo
bajo el otoño amarillo
te
crecen remolinos y amapolas,
cómo
la vida te hierre los muslos
y
se esparce por tu contorno
un
aguacero sin nombre
pero
intransferiblemente nuestro.
Agregado a vuestro dolor
soy la embajada del suicidio.
Si Vivaldi se durmiera
no temáis que os defraude.
Mi horror seguiría despierto.
Esa flor tentadora
ha echado raíces
debajo de mi piel
y sombreado mis tardes
de racimos distantes.
Esa puerta serena
es mi primera caricia.
Entregadas sus llaves
a mi piel giro la frente:
no hay umbrales para mi sueño
y tú eres de todos
muerte
Me da miedo
hacerte daño con mis
silencios
y brotarte una queja que vaya
de tus caderas a tus pies
como un tren sonámbulo
acordado entre dos estaciones.
¡Ojalá pudieras oír mis pensamientos
o animar tan sólo la palabra
que se me abisma más allá de la piel.
¿Cómo contarte mi manera
si soy de una raza antigua
pregonada por los espejos
y abocada a la autodestrucción?
¿Cómo no callar y errar
por los capiteles de la tristeza
si el metal que me define
es una senda delicada
por la que tropiezo maldiciones
y labios a los que adoro?
Pero no quiero
hacer
de tus senos
una dulce costumbre,
no quiero visitar los pasados
intermitentes de la sombra
ni recurrir a los faros de la infancia
para disculparme los ojos.
Soy el sauce responsable
de la no luz, la flor ligera
que ningún viento levanta,
el impersonal tú de mi sangre
o tal vez el presagio de la antigua
burla del desencanto.