He vuelto a casa después
para recordaros mi cumpleaños
y entre las camisas y los libros
había otro hombre diferente.
No me pertenecen sus interiores
como tampoco las pupilas.
Mi cama, aquel descanso que ya no es mío
me arrebata el cuerpo
mientras los labios
que tantas veces le ofreciera
reposan, confundida su piel
con la sombra de las aristas.
Es ahora, según me cuenta,
un alazán cristalino
el que duerme sobre ella
e invoca los misterios del tacto.
Tampoco este otro reloj
ha sabido esperarme.
Hoy tiene un despertar adulto
cuatro párpados menos
es verdad pero barbado
e incógnita de la sombra.
Escribí antes sobre su piel
intermitente cómo se odiaba
el sorpresivo pintalabios
con que nos maquilló
fechas señaladas y llantos
desérticos interiores.
Hoy me escribe un lejano
buenas tardes prometiéndome
aquel mármol que ella no pudo
—sin guardarme rencor—
y flores cada fin de mes
para que no asuste a los niños.
No me dejarán volver.
Sé que no me van a dejar
a solas con tu sonrisa
porque no soy posesivo
y de las manos me penden
poemas y cristales
que no fueron de tu raza.
¡Hasta la brisa me han prohibido!
¡Incluso ella desdeña
mi célula esponjosa!