Hacia el sur de tu piel
los deltas son dulces
incógnitas del tacto
donde dibujar caracolas
hirsutas y semitonos
de susurros orvallados.
"La facilidad que tenemos de manipularnos a nosotros mismos para que no se tambaleen lo más mínimo los cimientos de nuestras creencias es un fenómeno fascinante". MURIEL BARBERY: La elegancia del erizo. Seix Barral, p. 117.
Hacia el sur de tu piel
los deltas son dulces
incógnitas del tacto
donde dibujar caracolas
hirsutas y semitonos
de susurros orvallados.
Sé que los peces
te tejieron de
jirones
la piel ahogada,
pero lo que nunca
pudo la muerte
es lo que hoy
te siembra de bronce
el ladrido mojado.
No dejéis a la tierra a solas
con este hijo abocado
al hombre sombrío
insensato Prometeo
porque desayunará sus fuentes
y venderá los sauces
de su tacto por una lírica
de incendiadas promesas.
Mejor haber desgarrado tu vientre
y lavado con bermellón
esta huella de fugaz cópula.
Mejor sepultar
con aquel navegante
la postrer raza de su piel
y volver al sur cristalino
de la remota inocencia
sin Caín, sin noche de quejas.
Y aún así, lejana inconstante,
me duele tu insomnio liberto,
me duelen tus abrojos
y el dolor de tu pupila me duele
en perdurable barbecho.
Me cuesta llorar viéndote
y el silencio escarchado
y diminuto me roe
como este buitre de mi sangre.
Una gaviota en el cielo de nadie bebiendo
para el recuerdo hayas, pinos,
piedras, caminos verdes y azules
de lenguas;
el cuervo silvestre de las
mañanas
horadando la gloria breve de los
sentidos;
una vaca adormilada con los ojos
pricotrópicamente indiferentes
moliendo nostalgias.
Mi
mano
tacteando aún la vecindad de los
trigales;
el árbol que alza núbiles sus
ramas
al horizonte de la fotosíntesis.
El
hombre
que posee mi mano sentado
y ausente tentado de nuevo por
los senos adolescentes de Ligia
clamando desde el horizonte.
Una vez me despedí de la noche
sin mirar atrás y anduve errante
y ciego cuarenta y cuatro años.
No me asusta
el ladrido de la sangre,
ni dejar tanto por hacer
o hacer llorar humo
a los martillos
que golpean el cotidiano.
Me asusta la soledad
de las muchedumbres,
me asustas tú,
pensar que no vayas a esperarme.
Este poema lo he escrito yo.
Lo releo
y vuelvo a sentirlo
como propio
en todas sus experiencias
como si fuera
verdaderamente el poeta
en aquella misma perspectiva
de una
y todas
las palabras.
Así quiero
que tú lo leas
como si lo hubieras
escrito conmovido
con cada metáfora.
Los autobuses van abarrotados
hacia los mismos lugares de siempre.
¿Es que no os importa dónde es
ese lugar o ese siempre?
Del otro lado una
supuesta mujer que imagino
viaja joven
y hermosa.
Nos espera
un viaje turbulento.