Al final
el
destino ha sido benévolo
contigo
y displicente
te ha
dejado caer
en la
nada
en el
vacío
místico
del sueño.
Peor
hubiera sido que ese Dios
al que
rezabas
te
ciñera como
una
enredadera de tallo voluble
o con
una lanza fingidamente amorosa
perforara
tu costado
mientras
te llamaba
¡Hijo
mío!