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l ojo es fugaz. Pasa sobre las cosas como el desdén por los
recónditos deseos inalcanzables y sufre la demora como un miedo subterráneo y
trémulo, padeciendo la tiranía de las manos.
Las manos son dos garras estúpidas aferradas al círculo
vicioso de la fuerza centrífuga, empeñadas en que la línea recta es el camino
más seguro desde el inicio hasta el final del viaje.
Y así, entre las obsesiones, miedos, prisas y dinámica
elemental, el mundo es una sucesión ignorada de manchas de casas, de sombras de
árboles, de esqueletos de gentes, que se asoman curiosos al vértice de la
mirada y desaparecen en una ignorancia tácita y a veces premeditada.
Toparse con la realidad está prohibido, o al menos no es
aconsejable (ni por las normas de circulación, ni por la fragilidad de la carne).
Pero, de ser inevitable, es aconsejable mostrarse cortés, no ser rudo, darle
conversación (sobre el tiempo, la última película, el debate sobre el Estado de
la Nación o cualquiera de las mil cosas que interesan a una realidad intrusa).
Y, sobre todo, ser anfitrión modélico, de esos que incluso en aras de la
hospitalidad están dispuestos a ofrendar sus despensas, sus casas, sus hijas, sus
mujeres y la colección de sellos heredada en la infancia.
¿Por qué le gustarán tanto a la realidad las colecciones de sellos?
[Los viajes entretenidos]