Le pregunté al oráculo
y me dijo que tendría
una vejez llena de arrugas
y deficiencias.
Y así llegué
al mediodía
y más allá
desarmado
con escaso dinero
y aparentemente flaco
y con la voz humilde
y mansa
dispuesta
a declamar todos
los sinsabores
que aún me aguardan.
Otro
no hubiera malgastado
su juventud y habría
sucumbido al sosiego
de la embriaguez.
Otro
no se habría contentado
con tener suegra
y mujer, trabajo
de día y de noche
dos hijas en el regazo.
Otro habría cosechado suspiros
y maldades obstinadas
o perversas pieles frescas
traídas de lejanas tierras
privadas.
Así sucumben los sabios
ante las deidades de la razón.
Así aceptan
la vida que no soñaron,
sus carencias y en la soledad
desdeñan la ayuda ajena
y se bastan a sí mismos.
Ahora mete de nuevo la mano
en la boca de la sibila
y desea ser feliz.