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01 enero, 2022

AUTOMÓVILES Y RESUCITADOS

 

U

n conductor es la infeliz conjunción de un hombre con un automóvil bajo el culo que, presa de la frustración a la que conduce la inutilidad de sus extremidades, aparca en un rinconcito de sus ocios sus complejos y, a  golpes sincrónicos de embrague, acelerador, frenos, palanca de cambios, intermitentes, etc., trata de demostrarse a sí mismo que aún existen razones para seguir en movimiento.

Yo quiero, rabiosamente, aprender a conducir. Me asusta la atrofia tanto como las aguas profundas. Y es que el dejarse ir y de repente encontrar más agua en lugar del fondo arenoso en el que apoyarse, es como dejar que el brazo derecho duerma toda la noche debajo del peso del cuerpo: de repente uno es consciente de ser un manco temporal. En vano toma con la otra mano el miembro desasistido, porque éste acaba cayendo como una piedra, como un roquedal, como un silencio. Y es doloroso resucitarlo. Los calambres, el hormigueo de la vida a veces llegan a producir risa. Pero también es una risa dolida. Lázaro debió sufrir mucho, sobre todo porque en aquella época no había automóviles y también porque los milagros serios no son cosa de risa.

Lo curioso de los conductores y de los resucitados es que suelen ser poco pacientes. Pero no pueden evitarlo. Es algo consustancial a su condición de seres compuestos: cuando una parte dice una cosa, la otra reacciona o piensa de modo distinto. Es así como ocurren los accidentes, como se corre el peligro de dejar la vida o de perder el automóvil.

Pero la verdad es que yo quiero

Rabiosamente

Aprender a conducir.

[Los viajes entretenidosCáceres, 12/11/1988

31 diciembre, 2021

SIN TÍTULO

  

E

l conductor también es un sucio egoísta. Se aprovecha de la soledad, de todos los lugares, de las cosas, hasta de sí mismo. Sabe pedir y solicitar copias de papeles, de videos, y promete. Para ello se apresura a fotocopiar algo que otro le fotocopió antes, después de pedir, naturalmente, y de ofrecer, claro, en la esperanza de establecer el compromiso, la deuda que obligue, que empuje a las copias de papeles, de imágenes, a venir hasta él.

[Los viajes entretenidosBadajoz, 12/12/1989

 

28 diciembre, 2021

SIN TÍTULO

 

D

isfruta usted del paisaje?

– ¡Hombre, sí! ¡Pero disfruto más comiéndome una docena de ostras!

– Viciosillo del marisco, ¿eh?

– ¡No, no! ¡Que va! Por decir algo. También hubiera podido contestar que me resulta más satisfactorio ronronear por la espina dorsal de una morena de Bahía, o, acodado en el balcón del noveno, escrutando cabecitas paseantes por la Avenida de Colón, adivinando cuántos centímetros de altura coronan las cabelleras, o especulando acerca de la moda invernal en peluquería. La verdad es que nunca me acodo en el balcón del noveno porque vivo alquilado y soy remiso a compartir mis ensoñaciones con la patrona. Y tampoco conozco ninguna mulata brasileña para sentirme felino meloso por su espalda.

– Pero entonces, ¿las ostras?

– Tal vez sea el exotismo. O la delicia de sentir aguarse la boca al representar el limón lloviendo sobre el habitáculo de nácar. En realidad preferiría exprimir media tonelada de limones sobre el cuerpo desnudo de una venus estática sobre un bidet.

– ¿Una venus negra?

– Sí, ¿por qué no?

– Pero resultaría imposible engullirla de un bocado.

– ¡Claro! Es que las venus negras le empequeñecen a uno la boca y no sirven para los cuentos de lobos, aunque se las rocíe bien de jugo de limón.

– Seguramente es usted un buen gourmet.

– ¡Nooooo! Yo en estas cuestiones de la cocina soy como muy conservador. Entro mal por los platos nuevos. A mí una buena legumbre y buenas carnes, pero poquitas.

– Pero ¿a que le gustaría un buen combinado de Boticcelli adornado con tanga de calas desiertas y pepitas de limón brillantes y aceitosas?

A esa pregunta ya no me contesto.

 [Los viajes entretenidosBadajoz, 09/02/1988

27 diciembre, 2021

EN DIRECCIÓN A CASTILLA

  

I

ntroduzco Extremadura entera en el asiento de al lado y dejo que se levante las faldas hasta donde las lenguas cenicientas de los eucaliptus puedan lamer la desnudez de sus ingles, allí donde no llega a ceñirlas la seda. Poco a poco, en espasmos crecientes, va adquiriendo un color verdusco, casi pelusa, casi norte abrileño regado por la saliva de otras mil lenguas. Pero no soy capaz de soltar las manos del volante, de deslizar los dedos por su triángulo virgen y ensortijado, rabiosamente desconocido. No soy capaz de desear aminorar la prisa, de detenerme en la cuneta para introducirme en ella. Hay algo más arriba que me obliga a acelerar en dirección a Castilla.

 [Los viajes entretenidosBadajoz, 08/02/1989