U |
n conductor es la infeliz conjunción
de un hombre con un automóvil bajo el culo que, presa de la frustración a la
que conduce la inutilidad de sus extremidades, aparca en un rinconcito de sus
ocios sus complejos y, a golpes
sincrónicos de embrague, acelerador, frenos, palanca de cambios, intermitentes,
etc., trata de demostrarse a sí mismo que aún existen razones para seguir en
movimiento.
Yo quiero,
rabiosamente, aprender a conducir. Me asusta la atrofia tanto como las aguas
profundas. Y es que el dejarse ir y de repente encontrar más agua en lugar del
fondo arenoso en el que apoyarse, es como dejar que el brazo derecho duerma
toda la noche debajo del peso del cuerpo: de repente uno es consciente de ser
un manco temporal. En vano toma con la otra mano el miembro desasistido, porque
éste acaba cayendo como una piedra, como un roquedal, como un silencio. Y es
doloroso resucitarlo. Los calambres, el hormigueo de la vida a veces llegan a
producir risa. Pero también es una risa dolida. Lázaro debió sufrir mucho,
sobre todo porque en aquella época no había automóviles y también porque los
milagros serios no son cosa de risa.
Lo curioso de
los conductores y de los resucitados es que suelen ser poco pacientes. Pero no
pueden evitarlo. Es algo consustancial a su condición de seres compuestos:
cuando una parte dice una cosa, la otra reacciona o piensa de modo distinto. Es
así como ocurren los accidentes, como se corre el peligro de dejar la vida o de
perder el automóvil.
Pero la verdad
es que yo quiero
Rabiosamente
Aprender a conducir.
[Los viajes entretenidos] Cáceres, 12/11/1988
No hay comentarios:
Publicar un comentario