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isfruta usted del paisaje?
– ¡Hombre, sí! ¡Pero disfruto más
comiéndome una docena de ostras!
– Viciosillo del marisco, ¿eh?
– ¡No, no! ¡Que va! Por decir
algo. También hubiera podido contestar que me resulta más satisfactorio
ronronear por la espina dorsal de una morena de Bahía, o, acodado en el balcón
del noveno, escrutando cabecitas paseantes por la Avenida de Colón, adivinando
cuántos centímetros de altura coronan las cabelleras, o especulando acerca de
la moda invernal en peluquería. La verdad es que nunca me acodo en el balcón
del noveno porque vivo alquilado y soy remiso a compartir mis ensoñaciones con
la patrona. Y tampoco conozco ninguna mulata brasileña para sentirme felino
meloso por su espalda.
– Pero entonces, ¿las ostras?
– Tal vez sea el exotismo. O la
delicia de sentir aguarse la boca al representar el limón lloviendo sobre el
habitáculo de nácar. En realidad preferiría exprimir media tonelada de limones
sobre el cuerpo desnudo de una venus estática sobre un bidet.
– ¿Una venus negra?
– Sí, ¿por qué no?
– Pero resultaría imposible
engullirla de un bocado.
– ¡Claro! Es que las venus negras
le empequeñecen a uno la boca y no sirven para los cuentos de lobos, aunque se
las rocíe bien de jugo de limón.
– Seguramente es usted un buen gourmet.
– ¡Nooooo! Yo en estas cuestiones
de la cocina soy como muy conservador. Entro mal por los platos nuevos. A mí
una buena legumbre y buenas carnes, pero poquitas.
– Pero ¿a que le gustaría un buen
combinado de Boticcelli adornado con tanga de calas desiertas y pepitas de
limón brillantes y aceitosas?
A esa pregunta ya no me contesto.
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