Eras la talla de mi cuerpo
diminuta como sólo tú,
podías llamarme por mi nombre
y arrastrar mis brazos a tu piel
para que entre labios y susurros
vistiera tu pretérito descarnado.
Y entonces crecí sin órbita
para que escaparas, no sentida,
por los poros desmesurados
de este tul sin límites.
Se te hicieron las manos pequeñas
y la voz tambores fluviales
para el preludio que esperaba.
Mis ojos sólo podían servir
de embozo a la repulsa
de tu vientre y los adjetivos
que acompañaban nuestro círculo
hasta las cunas infantiles
se hicieron ásperos recuerdos,
incisivos de la noche
o espadas casuales, ilegibles,
como esos encuentros fugaces
en los que el saludo se viste de prisa
y los martillos son cóncavos