En lo alto de los puertos miro
cómo
el arpón despuntado de la noche
mancha
de tizne la confusa masa de verdor.
Se
me iluminan entonces las manos
y
despliego sobre el estuario dormido
diez
faros centelleantes, diez dedos
de
bienvenida que guían el desorden del agua.
¿He
acercado realmente el infinito
a
estos barrios dolientes de escalinatas empinadas
y
callejas de muros susurrantes?
Los
barcos remontan las pendientes
aferrados
a las farolas y a los neones
del Chiado y en
medio del asfalto
giran
frenéticos sus treboladas hélices.
Arriba,
en lo alto de los puertos,
¿he
desmentido la ciudad,
o he
poblado sus nalgas
de
objetos estúpidos y hostiles?
En
lo alto de los puertos
sueño
con el finis terrae de
los marineros
mientras
me crece en los muslos
un
canto de sirena burlón.