"La facilidad que tenemos de manipularnos a nosotros mismos para que no se tambaleen lo más mínimo los cimientos de nuestras creencias es un fenómeno fascinante". MURIEL BARBERY: La elegancia del erizo. Seix Barral, p. 117.
No envejezco con cada cumpleaños,
no me encorvo con cada arruga nueva,
sólo con el paso de las páginas
blancas.
Con esos meses sombríos
en los que el árbol de las palabras
parece un don marchito
y uno es poeta
por lo que cree que escribió
o por la obstinación simple
de ser algo en la vida.
Toda palabra, vieja,
cumple años en tu boca.
Y ahora pongamos un Albinoni viejo,
un caduco verde y una antigua romanza,
un anciano espejo, un deslucido iris
y una ajada caligrafía
sobre el pentagrama de la noche
para decir sonoramente
Está permitido especular
sobre nuestras especiales fantasías,
criticar el uso de adjetivos
o la borrachera de imágenes.
Incluso se admite la mentira,
el jugo dulce de la adolescencia
y el agrio de los ripios
en las noches infructuosas;
una paloma sin doncellez
ensañada con una rama de olivo,
y un Dios que en realidad
es un golem atemorizado.
Pero no somos demonios:
no violamos como los bárbaros
—sólo somos soldados de palabra—;
no derruimos las casas,
no asaltamos indefensos bosques
con una zancada llameante;
ni odiamos el odio
porque también es un sentimiento.
A veces podemos
sentirnos como un traidor,
mas sólo somos caballeros tristes
erráticos dones de otra edad,
aparentes prófugos del mundo abigarrado.
Pero los poetas nunca matan.