Está permitido especular
sobre nuestras especiales fantasías,
criticar el uso de adjetivos
o la borrachera de imágenes.
Incluso se admite la mentira,
el jugo dulce de la adolescencia
y el agrio de los ripios
en las noches infructuosas;
una paloma sin doncellez
ensañada con una rama de olivo,
y un Dios que en realidad
es un golem atemorizado.
Pero no somos demonios:
no violamos como los bárbaros
—sólo somos soldados de palabra—;
no derruimos las casas,
no asaltamos indefensos bosques
con una zancada llameante;
ni odiamos el odio
porque también es un sentimiento.
A veces podemos
sentirnos como un traidor,
mas sólo somos caballeros tristes
erráticos dones de otra edad,
aparentes prófugos del mundo abigarrado.
Pero los poetas nunca matan.
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