¡Le repito tantas veces
la luz de la razón
y dejo sobre su ventana
tantos ramos de paciencia!
Sofoco su tristeza
con acequias sonrientes
y aprieto sus cuatro esquinas
con el ánimo de mi abrazo.
Desmiento para él los relojes
le acerco la distancia
con un pulso de recuerdos
y le hablo de senos propios
de regresos constantes
de eternidades azules
y de imposibles repeticiones.
Pero, ¿cómo convencerlo
de que cada partida
cada viaje imprevisto
no es otra noche insomne
otro cuchillo serio
que arrastra a la soledad?
Si me mira
con
sus ojos
de sensitivo maduro
poblados de columnas
donde el llanto es una yedra
prometida al surco
de las caracolas marinas
callo sin reproches
porque es mío, amo y señor
de mi huella.
Juntos
hemos
recorrido ese brote
nacido del estío
y padecido sed en las tinajas
caprichosas de la lluvia.
Hasta aquí he arrastrado
su pálpito canoro
y llevado sus maletas
por las fronteras del labio
donde un papel azul
pintó de limones sus alas.
Hasta aquí me ha traído
su orgullo de campana
insistente, su redoble
de fuego o ternura
y paseado mis pupilas
por mares femeninos
y ramajes incoloros.
Y varados ahora
entre un diminutivo
de ojos verdes
¿cómo puedo consolarlo
si también a mi
la arena me lame los pies?
¿Cómo trivializar para él
este ancla posesiva
si es a mi fondo
al que se aferra?
¿De qué manera obligarle
a la risa del aire
si somos la misma piel
y todas mis células