Para Carmen Zamarreño
(evocada en el Duero
una tarde de Primavera de 2002)
R emontabas el río, sin velas, sin
cañones, mientras el ojo atento
vigilaba el cobre de tu pelo.
No eras Francisco de Orellana
en otro continente
ni tampoco la hoja de almendro
que el otoño confundiera
perdida en una catedral
sin Dios, sin invierno.
Rodeada
de excursionistas pero sola
contra los árboles y las piedras
tal vez quisieras peregrinar por
voces
y arquitecturas más altas, tal
vez
arremeter contra los días
que amanecen entre
el rencor y la ferocidad, entre
aquellas rocas, entre aquellas
aguas.
Intento rejuvenecer los
recuerdos
de aquel viaje y bordar lento
el bastidor de tus tristezas y
mis penas
pero ya voy padeciendo las
tiranías
de la noche y te veo sola en el
río,
sólo te veo sin velas mientras
ávida
sobre el paisaje la mirada va
sucumbiendo.
Me hubiera gustado escribirte
amaneceres como palomas
y no esta estremecedora deriva
del agua, de los muros, de los
almendros
de la historia y sus conquistas,
de Dios, de nosotros.
Esperaré a mañana o
nunca para enviarte estos
versos. Tal vez el río, una
ventana
o el cobre de tu pelo
traigan de nuevo los paisajes
de la felicidad.