Vuelvo a salir de mi piel
a remontarme a los picos más altos
a extender la pupila
hacia los horizontes de mi ser.
Allí abajo queda la soledad
todo lo que me falta
una escasa moneda de llanto
y algún que otro canario envejecido.
Y es que Hélder es un cuerpo
demasiado pequeño diminuto
para contener tantas ilusiones.
Si os fijáis en sus manos
en sus ojos en cada célula
veréis desbordarse el tiempo
como un regalo de la lluvia.
Él me entrega a los brazos de la noche
y regala mis caricias
como si todas fueran suyas
sin saber que sólo soy su huésped
que habito en él fugazmente
que transito hacia los trigales
poblados de amapolas
que a escondidas le rehúyo
y poco a poco sustraigo a su contorno
mi equipaje y mis sonrisas.
Su perfil de barro amargo
no puede entenderme, no puede comprender
que haya calor en otros brazos
que haya otros labios que me alimenten
y otro cuerpo que me reciba.
Su perfil... es su arista
la que me empuja hacia la tarde
la que me acerca a mi nacimiento
y me acuna contra otro perfil más suave.
Sus manos... es su tacto estrellado
el que me traslada, el que me injerta
en otras ramas más bajas
y me hace florecer, reventar
por los siete cardinales
como una burbuja de luz
otra vez presa en los espejos
en los cristales de la mujer.
Y ahora que en él
no queda nada mío
que todo lo ha entregado
me duele verlo siempre solo
repleto de recuerdos
y sobre las espaldas
la órbita de mi felicidad.
Ahora que nada nos une
descubro que aún me quedan
lágrimas y frutos mojados
para regalarle un pentagrama
silencioso de compasión.
Para ti, cuerpo solitario,
es este filo de rosales,
para ti sus pétalos,
para ti la paz
la nada
el
silencio
la
muerte
y