Somos un eterno singular,
hijos a hierro
de la paciencia.
Paseamos estas calles
siempre de noche
y volvemos al linaje
con la misma piel ausente
de la víspera extraña.
"La facilidad que tenemos de manipularnos a nosotros mismos para que no se tambaleen lo más mínimo los cimientos de nuestras creencias es un fenómeno fascinante". MURIEL BARBERY: La elegancia del erizo. Seix Barral, p. 117.
Somos un eterno singular,
hijos a hierro
de la paciencia.
Paseamos estas calles
siempre de noche
y volvemos al linaje
con la misma piel ausente
de la víspera extraña.
No me fotografíes nunca
tus otras cabelleras.
Te quiero tan sólo despeinada,
hecha a mis rigores
y vestida de mí,
sin más cuerpo que el que puedan
dibujar mis labios,
sin más sueños,
sin más espadas
que las que forjemos
en los paralelos besos
amparados en la noche
y a solas en la unidad
remota de tu vientre.
Ahora que me llama el sueño
persigo tus pasos.
Dentro de unos minutos
te vestirás de blanco
y cuando la luz
llame a mi ventana
será el momento
de que cierres los ojos.
Después, entre olivos y parras
te vislumbro despierta
para perderte unas horas
y encontrarte entre aguaceros
si se acerca tu voz remota
o sufrirte el silencio
de otros dos relojes
para sorprender otro anillo
que me haga la espera más corta.