Tu no tienes perro!
Por eso ladras
a los adjetivos y finges
ceñirlos con cáñamos
lúgubres e impuros cueros.
La revelación que un día te llevó
al desierto para velar las armas
era un espejismo andante
de zafio caballero iletrado sin
saber
que las ideas no son de nadie,
que lo esencial es
creer en la sanación
del cuerpo, del alma,
del pan de cada día...
¡En que juegos se enreda la carne!
¡Ahora arriban los curanderos y
sanadores!
Ladrando en jerga de idólatras
reconocen la enfermedad inmunda,
el mordisco del perro que no
tienes,
las convulsiones obscenas
y en las alcobas sórdidas
la opresión del aire que va
ocupando el mundo con su rabia
ordenada y mediática.
La única
verdad es que "los hombres
se mueren y
no han sido felices",
que tu no tienes perro,
que el mar continua en su sitio
(no ha venido a lavar las afrentas)
y que tu vida sin Dios,
Él, que te hizo piadosa
carne,
es una disputada lucha
con las palabras.
Para su gloria se alzan las torres,
o se derriban,
mientras a las puertas
de una clínica de Buenos Aires
la gente forma pirámides desnudas
y canta su raíz personal y amorosa.
¡Cuando se tiene un Dios tan
incondicional,