El
autobús número cuatro canta
en
inglés los nombres de las calles
salmantinas
mientras yo busco
a
mi lado sonrisas perdidas
y
argumentos que confirmen
la
rotación del mundo y de
los
astros, descartando en principio
los
dados o cualquier azar
moral.
Pudiera ser que algún
viajero
se apeara en movimiento
en
una repentina imprudencia
disconforme
con el volumen del
tablero
deportivo de la radio
o
que en la belleza arrugada
del
ocaso alguien se rebelara
y
huyera de su aburrida felicidad.
Pero
no
veinte minutos más tarde
es
mi turno. He llegado
a
la isla de Ea sin saber
nada
de los Argonautas
pero
de repente tengo los ojos
llenos
de sirenas.
25/01/2016
Salamanca