Y después fue la muerte
—forzoso temprana—
instalándose sensible
en el futuro iris
como un testamento
entre tus manos.
Y al caer la noche
en la lectura de los grillos
el aire y sus signos
hicieron un Ella intangible
de fatales labios
y frases lejanas
que tu voz dejaban huir.
Tenías las manos tan pequeñas
que el tacto nunca pudo
llenártelas de relieves.