Si alguna vez te detienes
en el andén sin nombre
de los siempre imperfectos,
pregunta por su labio
distraído.
Tal
vez no haya pasado
otro duende del aire
y puedas soterrar bajo su piel
los trémulos negrillos
que un día amanecieron
poblados de sobresalto
bajo la gravedad inerte
de una sinfonía fluvial.
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