Estas calles están llenas de ti
para que mi huella las haga suyas
para que mis labios, enhiestos,
pulsen la calima de su empedrado
y hurten a su silencio
tu cuerpo diminuto y ausente.
"La facilidad que tenemos de manipularnos a nosotros mismos para que no se tambaleen lo más mínimo los cimientos de nuestras creencias es un fenómeno fascinante". MURIEL BARBERY: La elegancia del erizo. Seix Barral, p. 117.
Estas calles están llenas de ti
para que mi huella las haga suyas
para que mis labios, enhiestos,
pulsen la calima de su empedrado
y hurten a su silencio
tu cuerpo diminuto y ausente.
Son febriles
estos últimos días
de Mayo esclavos
y aturdidos en las barricadas
frente al letal invasor.
No hay esqueleto
acreedor que no se asome
a mis versos como
metáfora triste de sí mismo.
Desposeídos
de carne y nombre
aún se proclaman
con fuerzas para
escribir a mi lado
y excitados van de acá
para allá, reparando los muros,
acudiendo a la vigilancia
de las defensas cuando
un instante abandono
la pluma.
Al dictado
de sus manos compongo
sobre el rectángulo de una plaza
transitada
el ansiado sopor de los
domingos,
las horas iguales bajo el reloj
atento
a todas las invasiones,
incluso a las que no tienen
disculpa,
algunos recordados olvidos
de sustancia angélica, pero
sobre todo, añoradas
rutinas de las cosas más
cercanas
a nuestro amor.
A media tarde crece
la inquietud y los arcos
quieren estrecharse en una
angosta
lengua para no desperdiciar las
sílabas. Nos apostamos entonces
silenciosos
en las trincheras
con los arneses ahítos
mientras tememos
el asalto de
los dioses de la sed
y la intemperie.
Antes de la noche
y del llanto de la arenisca
sus osamentas se van
sintiendo fatigadas:
no es que teman un final con
furia;
no es que renuncien a la
reclamada venganza;
es el cansancio natural de los
muertos
en un poema fáustico.
Yo asiento y me conformo
con su adiós pronunciado
en un eco, como si fuera
Me sangra este plural
de
ínfimos fugaces
como
un surtidor de burbujas
en
manos de la noche
y
maldigo su estribillo
hasta
llenar de ausentes
los
resquicios de mi patria.
Y
ahora un llanto subterráneo
me
sorprende la voz
y
sólo puedo navegar tu nombre
cuando
renuncio a la brisa
o
el tiempo se oculta
de
la mano del sol
tras
la bruma del Mondego.
Estas lágrimas
de precipitado estiaje
arrastran calinas y eriales
a los brazos de la noche
rompiendo olas en los espejos
como un tambor fugaz.
Ayer visitaban las bocanas
de mi umbral y dibujaba
sinfonías distantes
en aldabas y saludos.
Mañana serán un cauce furtivo
una impoluta celosía
donde prender filtros
y cisnes de otro ramaje.
No quiero que me preguntes,
que invoques el duende
aluvial de mis relojes.
Sorpréndeme con silencios
y páginas amarillas,
con mocasines de lluvia
y lejanos iris olvidados;
rotúrame los párpados
cubiertos de carátulas
amargas y ofréceme
tu gravedad diminuta
pero la palabra
nunca
porque entre los labios
y el paladar tengo
un bronce teñido
de sinsabores adánicos
y un aria tranquila
que se llame soledad.
Todo está hecho.
Esperándome
en la carrera de los relojes
mientras
el llanto de las siringas
te
fatiga el tacto
y
el filo de mi raza
te
descubre bajo el vientre
el
acíbar remoto
de
virgen dolorida.
Mañana
se inclinarán las riberas
para
acunar el temblor de tu piel
mientras
transcurre el tiempo
y
te crecen bajo los párpados
raíces
de mi sendero.
Paso
a paso la lluvia
nos
enfrenta a los vientos
desnudándonos
la piel reñida
de
aristas hirientes
y
espinos metálicos
hasta
que el soplo de la distancia
se
desmiente en tus manos
y
los enjambres del olvido
Aquella noche
soñé contigo.
Volvías vestida de negro
y yo te desnudaba
con las uñas rejuvenecidas
en un afán de arrancarte el luto
Te susurraba lluvias de cristal
y hacías de mi aliento
ramos de caracolas
donde encerrar el mar de tus besos.
Suave remontabas mis cauces
y te acunabas allí
donde los abecedarios
se hacen ligeros y la noche
es un relámpago fugaz.
Después despertaron los adjetivos
y eras un rosario distante
prendido de mis párpados
al que escribo cada tarde
para mañana levantar en tu piel
altares de amapolas
Se ha muerto un poeta.
Y con él Hierro,
José, Pepe,
el propio y los ajenos
y el nombre
de tantas cosas a las que daba
sentido.
Salamanca
21/12/2002