Estas lágrimas
de precipitado estiaje
arrastran calinas y eriales
a los brazos de la noche
rompiendo olas en los espejos
como un tambor fugaz.
Ayer visitaban las bocanas
de mi umbral y dibujaba
sinfonías distantes
en aldabas y saludos.
Mañana serán un cauce furtivo
una impoluta celosía
donde prender filtros
y cisnes de otro ramaje.
No quiero que me preguntes,
que invoques el duende
aluvial de mis relojes.
Sorpréndeme con silencios
y páginas amarillas,
con mocasines de lluvia
y lejanos iris olvidados;
rotúrame los párpados
cubiertos de carátulas
amargas y ofréceme
tu gravedad diminuta
pero la palabra
nunca
porque entre los labios
y el paladar tengo
un bronce teñido
de sinsabores adánicos
y un aria tranquila
que se llame soledad.
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