Una gaviota en el cielo de nadie bebiendo
para el recuerdo hayas, pinos,
piedras, caminos verdes y azules
de lenguas;
el cuervo silvestre de las
mañanas
horadando la gloria breve de los
sentidos;
una vaca adormilada con los ojos
pricotrópicamente indiferentes
moliendo nostalgias.
Mi
mano
tacteando aún la vecindad de los
trigales;
el árbol que alza núbiles sus
ramas
al horizonte de la fotosíntesis.
El
hombre
que posee mi mano sentado
y ausente tentado de nuevo por
los senos adolescentes de Ligia
clamando desde el horizonte.
Una vez me despedí de la noche
sin mirar atrás y anduve errante
y ciego cuarenta y cuatro años.
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