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14 noviembre, 2021

RUMBO A ALBACETE



De los miedos que inspira lo nuevo suele salir casi siempre una fortaleza mayor, una seguridad en uno mismo que, a la larga, acaban transformándose también en pura rutina.
Tu primer traslado a Albacete, la regularidad de los horarios, te obligaron a preguntar a unos y a otros, a cerciorarte en Información; a presentarte en el andén con casi cuarenta minutos de antelación y, sobre todo, a barajar un sin fin de hipótesis negativas que suelen crear en torno al aventurero novel un aura de nerviosismo e indecisión que lo identifican con el extraviado, con el diminuto extraño abrumado por las nuevas moles de acero y hormigón.
Las calles son simplemente calles, laberintos sin sentido en las que colgar visibles referencias de orientación. El mundo se restringe hasta límites insospechados (siempre entre círculos concéntricos, a veces tan reducidos) y puede acabar siendo un robado asiento de la sala de espera.
Se trata de una especie de estigma, visible en todo momento, que produce a los ya experimentados un sentimiento cómico, de conmiseración burlesca. A veces pueden incluso supurar compasión y hasta ternura..
La mayor parte de las veces uno trata de aferrase a un compañero (casual u obligatorio) que facilite los primeros pasos por el nuevo mundo uniformado. No desaparece el distintivo que lo marca, pero da mayor confianza y seguridad (aunque sólo aparente, pues los condicionales, las continuas interrogativas, no dejan de acompañar el traqueteo hasta llegar al destino. Entonces el soldado respira más tranquilo. Ha alcanzado la meta y como consuelo le queda un cuartel en medio de la nada y la convicción de que no importan los medios, sino el fin.
Salamanca

Diciembre de 1986

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