Yo no estuve allí
para detenerlos
y si hubiera estado
los pájaros de fuego
habrían robado mi piel
como vaciaron los museos
y despoblaron de risas
y sueños los viejos desvanes.
Aún escucho sus pasos
acallando los gritos
de los vientres abiertos,
el ruido de sus motores
irrumpiendo en las noches
de insomnio y agonía.
Es la huella del uranio
que sonríe en el asfalto
invocando impertérrita
el llanto de los metales,
que desciende por el arco iris
y desemboca en los muelles
poblando las velas
de pústulas y cultura.
Esta es la piedra maldita
que pregona los calendarios
y desayuna todas las auroras
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