A quí volvemos a engañar el gesto,
a disfrazar el vuelo
ensortijado
con un ademán
sonriente
de hombre matemático.
Y resulta que el
tiempo,
de repente,
se ha hecho verde
de pasos sumisos y
tamborileados,
de un verde
impotencia
que nos acompaña,
presagio impaciente
como preñez ansiosa.
A veces el cansancio,
o un hastío rojo y
maduro,
descorre el cortinaje
de la seriedad
y vuelven a aparecer
cenas antiguas,
caras familiares,
o tal vez una simple
coraza
fuerte como el
hierro,
ágil y etérea,
carne como la carne.
Pero todo es mentira:
las palabras no son
hilables,
no quitan el frío en
invierno
y los rostros no
tienen rasgos.
Entonces muerde la
desesperación
en lo profundo de los
días
y con los dedos
crispados,
con unas yemas como
cuchillas,
arrancamos unas tras
otras
las carnavalescas
formas de ser y no ser;
nos reconocemos en la
ansiedad de una boca,
en un guiño de
picardía y complicidad,
incluso en un rictus
de dolor;
y otras veces,
perplejos, tratamos en vano
de averiguar cuándo
estas máscaras
fueron por un
instante el yo verdadero,
el fingidor por
excelencia.
19/08/1987
Salamanca