Me siento ante la mesa
viendo impotente cómo gigantescos relojes
de torcidas piernas
se afanan por cruzar bajo la bandera
del futuro: saltando obstáculos,
brincando sobre el polvo de las lámparas
y los libros, rebotando hacia un origen
lejano y siempre presente, como si ayer mismo.
De lejos el rumor de las mercancías
hacinadas y entre hierros huye
con un retumbar de estéril cabezonería,
parloteando de lejanías y espacios abiertos.
Y, sin embargo, en los andenes
queda siempre otro vagón,
las puertas abiertas
en su glotonería desdentada y oscura.
Dentro, una saliva rabiosa envuelve la oscuridad
mientras un cargamento de carillones mutilados
es incapaz de apearse,
prendido en el vai-vai.
Y todo va quedando lejos, más lejos,
fuera de la esfera.
8/08/1986
Salamanca
[El absurdo libro de la ciudad]