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30 noviembre, 2021

ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE LA PROSA

Quiero escribir un cuento sencillo de estilo, donde la fábula no esté oculta en complicadas imágenes, y que la acción se pueda palpar en algo más que las meras alusiones. Es una idea que me ronda la cabeza desde hace tiempo. Pero, ¿no lo he hecho ya en “La verdadera Historia de Charles Lynch”?
Últimamente me quejo de continuo de ser incapaz de escribir un poema. Garabateo versos sueltos en cualquier papel, pero soy incapaz de crear algo unitario, algo que no sea disperso. ¿No será esta incapacidad (transitoria, espero) fruto de la dedicación exclusiva a la prosa?
Sin embargo, y de aquí arranca la reflexión, compruebo al releer los cuentos que se hallan plagados de imágenes poéticas, de tal forma que la acción podría quedar oculta en asociaciones y metáforas poco claras para un hipotético lector. Es evidente que para mi está más que de sobra, se distinguen bien esas acciones que, diría yo, son incluso más ricas que las meramente descriptivas. La ambigüedad deja la puerta abierta. Me gustan las puertas abiertas de par en par. Pero también he comprobado en las lecturas realizadas en la Tertulia (apresuradas por culpa de ese afán de declamar que todos parecemos tener) que a veces el oyente/lector es un poco inactivo, que gusta de las cosas digeridas. Exigirle, pues, un esfuerzo de esta magnitud puede ser una locura, e incluso un suicidio.
“Arraya” no es un simple volumen de cuentos dispersos, pues todos son interdependientes, entrelazados entre sí por el espacio restringido, el tiempo dilatado y por los propios personajes envueltos en una elipse, de forma que tan pronto se acercan al lector como se alejan de él.
¿Falta de acción? No. En todo caso, exceso. Pero sucede que se hallan desarrollados como tras un papel de cebolla que hubiese sido convertido en puzle deliberadamente. En este sentido se me podría acusar de parcial, restrictivo o de superficialidad. Sin embargo, con estar un poquitín atentos se puede comprobar que las mismas acciones vuelven a ser retomadas una y otra vez, aludidas en distintos cuentos, de forma que van fundamentando la idea básica que informa la materia de relatos como “El remolino” (no incluido en “Arraya” más por razones de estilo que por razones temáticas) o como el epílogo de “Cuatro variaciones…”
El tiempo ni transcurre ni se destruye, evidentemente. Se transforma, muta, adquiere otro estado en cada recreación o evocación. ¿y como no, si se trata de un tiempo de la memoria, un ayer real visto desde un hoy más reflexivo que a veces lo deforma de tal manera que ya no hay parecido entre realidad y ficción. El tiempo es una sustancia moldeable, un juego de plastilina, que nunca podrá ser utilizado como material educativo. Pero tiene también el don del movimiento, extensible, compartido no sólo por esta conarradora Milagros, sino por cualquier lector imaginativo.
Naturalmente queda siempre la duda de si el producto resultante responderá a las exigencias básicas iniciales, o si la explicación-interpretación no será una consecuencia directa del mismo relato en un afán por encontrarle un sentido unitario. De todas formas, ¿por qué tiene que haber una unidad? Nunca has creído en los libros de poesías, sólo en las recopilaciones.
¿Por qué no puede suceder lo mismo con los libros de relatos? Claro que puede, pero no en “Arraya” La imbricación de personajes, acciones, tiempo y espacio, estaba ya en la estructura profunda de “Rolim el Mocho”, narración inmadura que por razones de pudor me abstengo muy mucho de incluir en el volumen.
¿Realmente deseas escribir un cuento sencillo?
Si quieres te lo planteo de otra forma: ¿Realmente piensas en el posible destinatario a la hora de crear, o sólo lo haces después de las numerosas (demasiadas) correcciones?
Es otro tema que hemos discutido muchas veces. La mayor parte de ellas no llegamos a ninguna conclusión. Pero estoy seguro de que también hay indispensables interrelaciones entre ese “antes” y este “después”.
Actualizar una obra, un capítulo, una página o una simple oración, no proporciona satisfacción cuando el número se reduce a la unidad.
Los “escribo porque me gusta”; porque “es una necesidad vital”; porque “me divierte”; porque “no sé hacer otra cosa”… son poco convincentes para ti, nada, me atrevería a asegurar.
Sé que tienes presta una respuesta más poética, pero a veces te he visto también dudar. Habría que preguntarse, primero, si lo tuyo es arte y, al final, desembocar en el terrible e inevitable “¿para qué?”.
Sí, no sería difícil encontrar mil variaciones para el “¿por qué?”, pero la finalidad es otra cosa. Hacer un nuevo discurso sobre las letras y las armas sería una estupidez, de puro engreimiento.
Es mejor que acudas al Quijote y cites directamente. Por lo menos no te acusarán de plagio, ni se meterán con tu originalidad, o con su ausencia. Pero en este casi siglo XXI habrías de extender las dicotomías y hablar de
1) las letras y la fontanería;
2) las letras y la electrónica;
3) las letras y la albañilería, etc., etc., etc.
Y en todos los casos, salvo raras excepciones, acabarías concluyendo conmigo que el segundo elemento de la comparación se lleva la palma, sin lugar a dudas.
Lo terrible, lo verdaderamente catastrófico es esta época y no los vaivenes interiores. Es muy lícito cuestionarse a uno mismo, pero otra cosa muy distinta es poner en tela de juicio tantos siglos de humanidad.
¿Merecería la pena ser ahora un Proteo encadenado?
He aquí una cuestión que cada uno ha de responderse desde su específica forma de ser. Y el que no quiera planteárselo, es mejor que sea instintivo y que actúe por impulsos.
A veces también así salen cosas decentillas, limpias y aseadas, casi al gusto, aunque no del todo honestas. 
05/01/1988

28 noviembre, 2021

LA VEJEZ y los pequeños olvidos

¿Tu sabes cómo me pongo el abrigo?
Con una ira serena cada vez
que pierdo las mangas, cada vez que
deja de ser prenda agasajadora y sólo transmite
frío
y en los bolsillos no hay pruebas
de haber pasado por la vida, no hay compromiso
social, o personal,
solamente un hombre a la deriva.

¿Tu sabes cómo se ponen los zapatos?
Siempre mirando hacia el camino, siempre el pie derecho
al lado del izquierdo, inseparables en su conjunto de dos
con idéntica función.

¿Y sabes para qué me pongo
todas las mañanas los anteojos bien limpios y
despojados de todo lo superfluo e inútil?

Me gustaría
ver mi futuro como un paisaje dinámico, abrigado,
moviéndose a pie por dentro y por fuera, pero
tengo una memoria que no se encuentra
en condiciones de actualidad y ciego,
sin abrigo, sin zapatos, corro el riesgo de escribir
sólo obsesiones, sólo modelaciones de la materia prima
en esta pasarela donde el reloj da siempre la misma hora

Salamanca
11/11/21