06 julio, 2023
Partes
siempre a la hora
en que la noche
es más transparente
con un beso
en la yema del índice
como un ángel
imponiendo silencio.
Y amanezco
habiendo perdido toda
conciencia
de haber existido.
Salgo a la calle.
Veo.
Y ya no reprimo
mi desprecio por el
mundo.
Oigo
la ciudad
frente a mí,
vuelta hacia mí,
cómo gime
sus grandezas,
sus miserias
y no quiero
describir.
Palpo
la piel viscosa
de los asfaltos
concurridos
y pienso que hasta
podría volver a creer
en las hadas,
en los finales
felices.
Y entonces la rana
rehúye
el beso casi casto
y se pierde entre la
muchedumbre
mucha
gente
todos
encerrados cada cual
en su ruina
sintética.
22.10.1996
Badajoz
04 julio, 2023
No cruzamos la estación
hacia la casa
porque nos ladró una
nube sin cielo,
pero es verdad que
los trenes
estaban allí
todas las mañanas
cuando yo iba al
colegio.
Y eran muy grandes
desde sus vientres
abiertos
o bajo las ruedas,
yendo y viniendo por
montes
metálicos, aterrado
si de repente
se echasen a andar
y yo con ellos hacia
otras ciudades
también metálicas
que aún no tenían
nombre.
Era yo un diminuto
con una bata
blanca
y una cartera de
cuero
que nada tenía que
ver con correos
y palomas
porque mi abuelo era
ferroviario.
Atravesaba la
estación
y aprendía
y en una redacción
escribí algo así
como la emoción de
los ojos
por primera vez
al pronunciar, no sé,
padre, familia,
adios, o lo que
quería ser de mayor.
¡Con toda certeza no
dije poeta!
Naturalmente me
iniciaba en el foro
de las lenguas y
disertaba.
No sé
si pasé vergüenza
ante una profesora
opaca, unos colegas
que ya no recuerdo,
una madre más joven.
Tal vez el mundo
se deslizara ya bajo
aquella pluma.
Yo he querido apenas
traer a la luz
una razón agradable
de por qué a veces
cruzo la frontera
y tomo café en mi
otra lengua.
16/10/1996
Badajoz
03 julio, 2023
¡Anoche soñé que tenía que despedirme!
Vinieron mis amigos a
visitarme,
cada uno con sus
buenos recuerdos,
cargados también de
fotos en las que ya falto.
Hablamos
del equilibrio eterno
de las cosas,
de cómo cambia la
fisonomía de la ciudad,
siempre cercana a la
carcoma y siempre
queriendo reposar en
las vitrinas de algún anticuario;
de viejos currículos
repletos
de admiración y horas
y envidias,
del dinero, de lo que
nos da,
de alguna mujer y
de sus secretos
desnudos.
Bebieron todos del
aguardiente que compré en la víspera,
no sin antes brindar
a mi salud
y afirmar que bebían
por mí y después
de tibiamente
borrachos como los racimos del burdeos
se tendieron por los
cuartos durmiendo como embriones.
Así sostenido por las
columnas feroces
de mis queridos
allegados, desdeñaba
el último cáliz
amargo y huía de casa
en dirección a
ninguna parte
para despedirme a
solas de Dios y de mis versos.
Hubiera querido
decirles que cuando
mi cerebro cese tal
vez sea el fin
o no, sólo el
recomenzar, y este miedo
hubiera podido
compartirlo.
Tal vez entendieran y
hacia mí
extendieran una mano
en la distancia.
Iba más allá de donde
crecen los naranjos,
frente a mí la noche
tenebrosamente
cayendo.
Me parecía ver un
olivo,
y otro.
Pero no.
Eran las mismas
palmeras.
Ni tampoco aquella
luz era el brillo
de una espada, ni
esto que piso
la oreja entrometida
de un José
que algún día quise cercenar.
Sonreía. Tal vez
por alguna semejanza
que creí entrever
y me besaba las
palmas intactas
antes de entregarme a
tanto amor recordado.
De repente el mundo
tenía el tamaño
de un tapiz
poblado de vírgenes
relucientes
y
en
una
sucesión
vertiginosa
de
velos
y
danzas
una voz divina me
dijo no ser Dios,
desierto apenas,
arena y viento
en el telar de otras
manos.
Agitaba una despedida
tímida
y me sentaba a
orillas del Guadiana
despreocupado del
tiempo que
de repente tenía,
sin rencores que dar
a nadie
y ensayé
sobre la superficie
del agua
una palabra
hambrienta,
una palabra de
esqueleto a flor de piel,
casi canina, como la
vida,
que me va apretando
el cuerpo
hasta doler
la carne
hasta roer
los huesos
hasta perder
el espíritu.
Una palabra que por respeto
a ti y al ángel con
que sueño
ya no voy a
pronunciar.
15/10/1996
Badajoz
02 julio, 2023
¡Ya no
llamo a nada por su nombre!
Pronuncio apenas palabras flexibles
y maleables, un lenguaje engañoso
capaz
de traerme a los labios una
procesión de flagelantes.
Llueve ligeramente como a menudo
en estos poemas lluviosos y yo
grito, ruego, lloro.
Pero estas sílabas tampoco son
la voz del grito, del ruego, del
llanto.
Beso cualquier recuerdo y la
dulzura
de los labios se torna
zarzal, suspiro hiriente.
Abrazo y no hay cuerpo,
camino y no hago sendero,
vuelvo atrás y ya no estoy,
apenas bosques agonizantes
que tampoco nadie sabe qué son.
¡Quisiera darte el invierno
insoportable de la muchedumbre
pero no hay nadie cerca, ni una
silueta
sin cara!
¡Quisiera
poder decir
que he encontrado un mar mudo,
un mundo sin gravedad,
una esperanza que vive de
esperanzas,
un esperar desesperado,
una tierra desterrada,
que puedo concebir mi vida sin ti,
pero no sin las abyectas imágenes
de la memoria!
¡Y he olvidado el alfabeto!
Cuando las promesas se profanan
con puñales, con piedras, con
pólvora y sangre,
con todo, conmigo tras tu huella,
miro desde esta orilla
empequeñecerse
la niebla, a sí misma devorarse la
rabia,
y no sé si es tu imagen la que se
aleja
o el último barco el que parte.
¡Sólo siento ganas de agitar el
pañuelo
y de decir adiós con la voz
compungida!
9/10/1996
Badajoz