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e detengo sobre la chupita
colgada de una de las interrogaciones del perchero. No parece mía. Con esos
galones prestados y ese brazalete amarillo.
Afortunadamente no pertenezco a
la raza del homo dramaticus, cuyas
iniciales (GOR) me confirman como vigilante de un orden al que no respeto y en
el que no creo.
¿Irán las dos cosas unidas?
O, por el contrario, ¿La una
implica la otra?
¡Me trae sin cuidado!
Estoy seguro de que si la
descolgara, si hurgara dentro de sus amplios bolsillos, además de encontrar
unas cuantas chocolatinas, un rotulador rojo, un bolígrafo, varios pases de
V/Ps que no sé para qué sirven, una bolsita de pastillas de menta fuerte Fisherman, el mechero, los Celtas cortos
y la navaja, hallaría los inevitables relojes-relevo: maravillosos gongs,
trompetas, campanas, voz anunciadora del otro lado del muro.
Pero es mejor que no la
descuelgue, que deje reposar los sudores de la jornada, junto a la camisa y al
pantalón. Algo me dice que una mirada atenta retrasa los segunderos y, aunque
no soy supersticioso, prefiero seguir siendo el cabo ciego que dirige a estos
tuertos, pero muy viejo, viejo cada vez más, con la prisa de siempre.
Sé que fuera, en la ciudad, todavía quedarán fuentes de la juventud. Sólo es necesario apresurarse para beber en ellas.
13/01/1988