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10 diciembre, 2021

NOCHE DE GUARDIA (23:40)

 

M

e detengo sobre la chupita colgada de una de las interrogaciones del perchero. No parece mía. Con esos galones prestados y ese brazalete amarillo.

Afortunadamente no pertenezco a la raza del homo dramaticus, cuyas iniciales (GOR) me confirman como vigilante de un orden al que no respeto y en el que no creo.

¿Irán las dos cosas unidas?

O, por el contrario, ¿La una implica la otra?

¡Me trae sin cuidado!

Estoy seguro de que si la descolgara, si hurgara dentro de sus amplios bolsillos, además de encontrar unas cuantas chocolatinas, un rotulador rojo, un bolígrafo, varios pases de V/Ps que no sé para qué sirven, una bolsita de pastillas de menta fuerte Fisherman, el mechero, los Celtas cortos y la navaja, hallaría los inevitables relojes-relevo: maravillosos gongs, trompetas, campanas, voz anunciadora del otro lado del muro.

Pero es mejor que no la descuelgue, que deje reposar los sudores de la jornada, junto a la camisa y al pantalón. Algo me dice que una mirada atenta retrasa los segunderos y, aunque no soy supersticioso, prefiero seguir siendo el cabo ciego que dirige a estos tuertos, pero muy viejo, viejo cada vez más, con la prisa de siempre.

Sé que fuera, en la ciudad, todavía quedarán fuentes de la juventud. Sólo es necesario apresurarse para beber en ellas.

13/01/1988

Hora de Paseo “Pareces alguien vestido de ese modo”


NO!¡NO!

 -le dije en tono autosuficiente, afianzando un aplomo y una convicción casi desmesurados, que presagiara en la redonda pronunciación de las últimas vocales una continuación no por obvia menos digna de asaetear con ella lo más íntimo de lo que hubiera podido ser un cumplido, o camino de ser lo más probable: una impertinencia.

“¡No, Es que vestido así, soy alguien!” Y el otro se quedó petrificado en las escaleras del Palacio de Anaya, ya para siempre en mi recuerdo con una cara de circunstancias, no sabiendo si reírse por lo bajo de su propia estupidez, o si soltar una carcajada estridente para tratar de desarmar la confianza que había mostrado en mí mismo, con una banal y simplona muestra de desprecio (lo cual podría también haber interpretado –punto a mi favor- como una clara muestra más de su ínfima locuacidad).

Lo dejé allí plantado (y eso que no teníamos compromiso ni obligaciones) mientras cruzaba airoso la explanada de la victoria (de tantas derrotas, uniformado con su misma piel).

No me volví a comprobarlo, pero así ha quedado grabado a mes y medio de perspectiva.

¿La ciudad?

La ciudad es otra cosa.

En este retazo no hay estación, ni avenida remedadora de ramblas barcelonesas (aunque más sucia, debido a la negligencia de una garrulería invernal de gorriones).

No hay frío, ni indecisión, ni tampoco ese no saber qué hacer con el tiempo libre. Es una especie de vacío surcado por palabras, donde un Ego pretérito campeará para siempre sobre la estupidez militar.

13/01/1988