24 agosto, 2023
La casa número dieciséis
En la casa número dieciséis
me ofrezco al espejo y guiño
la apariencia carnal
bajo las inquietantes
formas de una soledad
demasiado ruidosa.
En una habitación de esa casa,
en la cama de ese cuarto,
observo los trazos rectilineos
que me acogen y confinan.
La luz entra de fuera,
al atardecer, del infinito,
de la ciudad simplificada
geométricamente,
mientras Alicia sonríe
seductora en la cal de la pared
y yo me erijo en descifrador
del mundo:
el
perro
que ladra bajo el limonero
está amargo, es perenne
bajo el toldo que oculta
la ilusión de lo visible.
La Alcazaba donde todos
los días amanece un sol
extremeño y rojo
es el sonido mudo de futuras
palabras.
El río
que intuyo
esconderse y reaparecer en la lejanía
es el dios de los anatemas
empujando hacia arriba
el suelo que se eriza como piedras,
como árboles florecidos.
Así expuesta a los perros,
al asalto de una fortaleza
que nadie defiende,
al capricho del agua
y a la terquedad de las rocas
y de los árboles,
la casa parece vulnerable
y el hombro siente la certeza
breve de un dardo apareciendo
repentino en mi noche.
En mi pequeñez apetece
hacerlo carne contra la aridez
y el hambre y alimentar
con él algunas nuevas de febrero.
Pero este no es el techo del mundo,
ni estos versos me han de
unir a la diversidad de los hombres.
Parezco liviano. Tengo un principio
de bolsas bajo los párpados
en las que encierro algún saber y soy
menos inocente que hace unos años
cuando era joven, más joven,
y el juego de las palabras me
desvestía y poblaba de
una inocente inconsciencia.
Sospecho la bondad de las cosas,
no de todas, y es en la soledad
donde más nítido me oigo.
A veces pienso en las miserias
que también me conforman
y quisiera antes de llegar al final
deshacerme de ellas o mudarlas.
Algunas se alimentan de cierta
pereza, dejadez, abandono; otras…
otras las cultivé fielmente
para el reflejo de la forma
donde caben y se abisman
la totalidad de los banales.
En la casa número dieciséis
no se fuma. Nadie ha fumado
todavía. Y sus paredes y suelos
afectivos no han sido penetrados,
aún, por los frutos, que también
son rostros, de un dolor presentido.
En el salón de esa casa
la silla desde la que observo no es irreal
ni es silla. En ella siento
un verso y lo repito hasta
sentirle palpitar el descanso,
y cuando brevemente adormece
y cree tener nalgas y espalda
o columna, le muestro
mis manos y le digo
que yo soy el poeta
carpintero
capaz
de despertar
el deseo de la madera.
Así se va trabajando sin descanso
el hilo, la madeja toda.
¡Ojalá fuera Penélope viuda
sin saberlo!
A
las ocho treinta
el sol entra en mi habitación
como una sábana blanca
y desde la ventana veo
arder una Alcazaba que nadie defiende.
19-23/03/1.997
Badajoz-Salamanca.
23 agosto, 2023
ESTA MAÑANA CUANDO...
Esta mañana, cuando
he salido a la
calle,
he visto el
mismo
espectáculo de
todos los días:
los árboles no
han recobrado sus hojas
y a sus pies
las aceras conservan
las mismas
huellas y desechos.
La gente bajaba
la avenida
adormilada y
presurosa
con las mismas
trivialidades
de siempre.
Por ningún lado
se ve
el
desabastecimiento pregonado por los medios
aunque la
vendedora de aceitunas
dice que ya le
va quedando poco bacalao.
Yo miro los
encurtidos
y calibro por
su curación
cuánto más
podrá soportar ese pez,
y pienso que un
transporte
pesado es un
buen medio
de avinagrar el
tiempo.
De regreso paro
en el Liceo.
A una ventana
se asoma un rostro
adormilado y en
el escaparate
de El Corte
Inglés un maniquí
desnudo luce
paciente
sus muñones.
El rostro es
una mujer y el
maniquí es el vestido
que la moda
quiere. Entre
ambos se
disputan mis ojos.
Soy y no soy la
mirada
que une la
carne dormida
a la paciencia
inexplicable.
De la mano
insensible me cuelga
aún la bolsa
con las salchichas de Melquiades,
apenas un
pecado de distracción,
el tributo de
ser hombre, pero
desoigo el
horario y permanezco.
Incluso una
mirada poco
dada a íntimas
atenciones
podría ver que
lo que conmueve
esta plaza es
la desnudez
de su lado
humano.
Tal vez el
escaparate
y la ventana
no limiten
sino que
liberan la soñada
aproximación
inalcanzable
y maniquí y rostro
no sean más que
el lado
tragicómico de
la vida.
La mirada posee
aquel deseo que
inquieta
y perturba y
pienso que todo
puede ser
verdad y nada
espanta, aunque
desprecie
el lado
mercantil
de este amor.
En este
rostro
adormecido yo soy
el sueño que el
maniquí vive,
el sueño
redentor de la moda.
En este maniquí
desnudo
todos nos
reconocemos:
él es capaz de
vestir, como nadie,
el lado
perdedor de la humanidad.
Jamás será el
amante que el rostro
sueña y, sin
embargo, es el seductor,
y seduce
sin nunca perder la
inocencia.
Ahora sí,
me voy,
mientras detrás
de mí
quedan rostro y
maniquí desprovistos
de nombre; me
voy, en paz,
sabedor de que
no he violado
las reglas del
melodrama.
¡Tampoco he de
juzgar lo que no ven
los ojos de los
hombres vulgares!
Me voy, y
detrás
de mí el Liceo
alcanza la
dimensión de lo absoluto.
25/02/1.997
Badajoz