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ienso en la posibilidad de llevar una mujer al lado en este viaje y, sin darme cuenta, se me dispara la imaginación en una galopada frenética. Los neumáticos pierden adherencia y puedo soltar las manos del volante para acariciarme la nuca y el pantalón. El resto es tan sólo velocidad: la sombra de los eucaliptus que lame en un vértigo sus piernas de seda negra, que desliza el filo de sus hojas cenicientas por las medias enmarcando la desnudez del muslo; los falos telegráficos que acarician la pulpa de su carmín aberrante y abierto, ansioso; el aleteo desganado de cualquier merodeador que se eterniza un segundo sobre sus agrietados pezones; y la música de Bach, ensortijándose morosa en el triángulo de sus braguitas.
Las mujeres que viajan conmigo
llevan siempre medias y una transparencia interior que hace de su ropa una
melodía de fugas a ciento cincuenta por hora. Adoran la fuerza centrífuga
porque hace huidizos sus hombros, sus pechos desnudos y les proporciona un
recato momentáneo de doncellas pudorosas.
Las mujeres que viajan conmigo aborrecen las buenas suspensiones que las ofrecen sin miramientos al deseo desnudo y brutal de la contemplación angular.
[Los viajes
entretenidos]
Badajoz,
01/02/1989
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