sta noche estoy rabiosamente
despierto. He apretado con ternura protectora tu cuerpecito temblón contra mi
pecho y se me han saltado dos lágrimas como dos elefantes que me han resbalado
por el apelativo de padre velador de tu sueño.
El golpe, la
alarma, la carrera, el descubrimiento, el susto… sólo es una nimiedad que va a
aplacarse con unos susurros y un beso en la nuca. Al final vuelves a sumirte en
el sueño y esta caída de la cama pasará al pequeño conjunto de cosas a olvidar,
de cosas que dentro de unos años, cuando pretendas tener conciencia de un yo
memorizado y con prehistoria onírica, danzarán en el fondo de tu obstinación
por retroceder cada vez más en el tiempo, de ser más antigua.
¡Lástima!
¡Lástima que
ese conocimiento, esa comunión uterina del mundo se quede en nada! ¡Lástima
también que después de esos primeros nueve meses, luego, los (¿dos, tres o
más?) años siguientes estén destinados a perdurar sólo en un lazo de afectos
entre tú y Ella, tú y yo, tú y ciertos objetos inevitables! Quizá la
fotografía, y el cine (¡Quién sabe cuántas cosas más!) se inventaron para
suplir ese agujero negro de los primeros tiempos. Gracias a ellos un día podrás
verte con un orinal en la cabeza, comiendo tu primera papilla sola, posando por
primera vez; y oírte cantar fragmentos de canciones junto a la voz solícita e
insistente de mamá, esa voz orgullosa, sabedora de que está atesorando una
reliquia más para mañana, cuando también nos sea difícil pensarte como ahora.
Y así,
volviendo siempre el recuerdo atrás, uno se da cuenta de que hay otras lagunas,
de que el ayer mismo está roído en sus más elementales cimientos y que lo que
hay dentro de la caja es el paupérrimo tesoro, los restos de antiguas glorias.
¿Y qué hacer?
¡Nada!
Esperar que te
caigas otra noche de la cama, perder el sueño en el susto tiritante de tu
llanto y anotar en cualquier papel que tengas a mano cosas como “papá, papito, pai, guaro, no schupes, mimeao
toda”, para que algún día no nos desesperemos arrancándonos de los labios
algunos horribles y manidos “¿recuerdas?
Salamanca - 23/04/1988