© Julia Ferreira González
Cierro el puño.
Abro la
mano, los cinco dedos,
y en esa
extraordinaria apertura
no veo
ninguna violencia,
ningún
desacierto, ninguna desgracia.
Pero
tampoco me considero
más cerca
del gesto cortés
y
efusivo de querer aproximar
todos
los lejanos versos
que podría
acoger
en una
palma desnuda
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