Ven,
vamos a sembrar caracolas
mientras aún te besan
en la boca los barítonos del aire,
que este infinitivo conduce lejos
y Rotterdam será siempre
un guiñol de maletas.
Después volveremos a jugar
al sorpresivo escarabajo
hasta sentir que continúas
llamándote Miguel.
Basta saber que nunca hallarás
aquellas manos asembrinas
que un día repentino
nos robaron el tacto
para perseguir hombres
de piel luminosa
en los abecedarios del tiempo.
Y no sientas frío si te susurro
que te desconozco y no sé
el umbral de tu arco iris:
todas las tardes llueve
en mi patria y nunca
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