Deja que te siembre
de cerros y amapolas
y hacer de tus lunas
una espiral hacia arriba,
hacia donde te crecen
las floridas manos
hacia las espinas lácteas
de tu afán resistible.
Erosivo me mudo a tu piel.
Hecho de cristal
leído
en las luminarias de la noche
despido el ensueño vaporoso
y jarreo los plurales
con la celda vespertina
de una melancólica ausencia
llena de iris abiertos,
llena de estrías y lluvia,
llena de lejos en la cercanía.
No hay parcos en estas ventanas:
es el brillo generoso
de los ambidiestros espejos,
ese imán que no arrastra,
que besa de limón
y susurra el otra vez:
¡Cómo te siento venir
cuando te pronuncio
y ensombrecerte y estrellarte
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