Por los umbrales de un mar de manos
pregono tus rincones recogidos
y dibujo tus puertas y ventanas
en los cómodos hierros del oro.
No hay mejor cárcel que tus brazos abiertos
ni otra morada que tu misma
ni otra vida que tu presencia.
Si he de tener tus ojos por condena
y la espera por verdugo
tal vez un día los relojes
me sorprendan sin hierros ni ataduras
y pueda abrazar tu nombre
con un lenguaje de amapolas.
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