A las doce le regalaron luna
de cendales y opacos lirios
para que las marionetas
se pintaran los labios
y besaran arterialmente
como besan las ingles del Tajo:
fluido si no les preguntan,
suave si las arrastran.
Después no hubo estrellas.
Más tarde amanecían guiñoles
y cuando por fin era el sueño
despertaron aquellos anillos de plata
que escondía bajo la piel.
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