Está escrito:
sobre mi piel
la estrofa de tus labios
ha de dibujar otra bala
y llamarme por mi nombre
entre torrentes de amapola.
Tu voz es cada vez más cercana
acosando mis sentidos,
invocando hacia mis manos
el filo de la tranquilidad.
Eres un caballo familiar
que me galopa el sueño,
eres llamada del instinto
tentadora y feliz.
¿Por qué no?
¿Por qué no ensillarte
y recorrer los trigales sombríos
de su casa antigua?
Pero, ¿con qué derecho
sobre estos racimos ajenos?
¿Con qué derecho
allí donde tu huella
puede quemar la hierba
que me ha visto crecer?
Y entonces, ¿dónde,
que no arrastre en la huida
otras pieles, otros llantos?
¡Ay, si vinieras raudo
y no por mi mano!
Entonces no habría interrogantes.
Sólo un llanto pasajero.
Serías otro ventanal
por el que se fueron sin sentirlo
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