De este insensato vocabulario
me
nace el dolor de antecedente
enmudecido,
como apenada
superstición
de desfiles
y
farándulas del mimo.
Pregonada
por los martillos
de
mi vena crece una blasfemia
de
eterna gestación.
Nos
apretamos en el saludo
innato
de las encinas
y
anidamos en la huella
de
retamas incendiadas
expulsados
de las altas torres
procreando
silencios arrastrados
de
vientres parcamente incoloros.
Después
de un grito profundo
soterrado
en la ingle del tacto
visitamos
los blancos pentagramas
para
bautizarlos con mi nombre
y
adelantar esta herida
hasta
el semitono liberto
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