En este lugar no hay hombres. Sólo trocitos de paño de colores que alguna vez significaron algo para un inventor mentiroso y falsario.
De vez en cuando un mercancías de vagones herrumbrosos, con las puertas correderas acerrojadas, desfila sonriente ante los cristales sucios de salpicaduras, esculpidos por una lluvia burlona y terrosa.
Pasa, con un bamboleo provocador, como tarareando unos versos sin rima, compuestos kilómetro a kilómetro con retazos de monte, de árbol solitario o apiñado en el abigarramiento de los bosques frondosos; con las llanuras de los castellanos en sus boogies o los escarpados riscos donde se pierden las miradas de los románticos suicidas, con casas negruzcas de antes del diésel, esas fachadas tristonas que parecen un lienzo eternamente castigado por los días plomizos, oscuros, lluviosos de algún invierno imperecedero.
A veces, más que tren, semeja un collage de impresiones coloristas, o un pasaporte abarrotado de fronteras y de pelikan azul. Siempre azul. Otra burla. Como el balasto, resignado hasta la lejanía a dejar de ser piedra. Sólo sustento.
Así no hay forma de que haya hombres.
Las ferias no se inventaron para que las mercancías se pavoneen ante las ventanas enrejadas de la industria textil. Pero, ¿a quién iba a interesarle como atracción unos trocitos de paño de colores sino a los vanidosos trenes de mercancías?
Con todo, me queda el consuelo de que esos inventos mecánicos no saben soñar.
¡Aún!
[Los viajes entretenidos] 13/01/1988
No hay comentarios:
Publicar un comentario