A veces me quedo parado frente a las dos sílabas de tu misterio como
ante un cuadro impenetrable. Y como no sé, retrocedo asustado: es abrumadora la
certeza de saberte sin marco.
Me ronda un cosquilleo entre la nuca y los labios, pero no hay mano
matinal
que me explique lo que quiero: ni mirándome la piel, ni tocándome el
hueso sabedor de tus rasgos.
Sólo cuando, absorta, hilas el dolor de tus ojos casi ciegos,
asaeteo a escondidas tu pecho con el mismo recóndito vocablo y abro las manos
al eco para traducir mi retrato.
28/12/1984
Salamanca
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