No sea mi mano, nunca, la mordaza
de las olvidadas huertas de tu
niñez
ni oprima los escasos tesoros
de este otoño ya mudado.
Renuncio
a
ser dueño incluso
de un único saludo, alegre,
y liberado de la sensatez
voy a regalarte cinco de mis
dedos
para que con ellos compres
una décima parte de felicidad
o reclames las enlutadas
violetas del anochecer.
13.08.2005
Cabo de Oyambre (Santander)
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