Augusto es un viejecito apacible que
hasta podría tener derecho
a sentarse en los parques y a
dar
de comer a las palomas
estúpidas que ensucian sin
distinción las estatuas de los
poetas
y las de los dictadores.
¡Pero nosotros no queremos
que las cosas
más cercanas a nuestro dolor
amanezcan felices!
¡Ni siquiera queremos palomas
en nuestros parques!
En esta zigzagueante existencia
torturada, nos basta con los
árboles
firmes, desafiantes, y sus armas
condenatorias atentas siempre al
dedo
empapado de escalofríos.
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