Pregunté a los árboles, a las
esquinas y a los
puentes por su
cuerpo
arrugado y ascético…
Y nada sabían.
Llevé queso
y granadas
a los oráculos
más remotos…
Y volví a casa con
las mismas manos vacías,
los mismos abrazos
y besos desamparados.
Quise dormir
y soñarla otra vez…
Y las sombras dibujaban
apenas un cuerpo
que despertaba vaga-
mente
el recuerdo de su
antigua belleza.
¡Y dormí! Hasta
que la mañana que-
mó
la insensibilidad del papel
y su perfume de manzana
regresó.
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