El mundo está triste desde ayer
o desde marzo y a ti te sobran ochodedos para apuntar un grito herido
que envenena la respiración.
Deformados por el odio los actos
son como manos acusadoras son
como un cuchillo que hurga
en esta estación larga, imperdonable,
amarga en sus horas centrales. Pero
ni siquiera el calor ha podido
rendir el prodigio de llevar
bajo la chaqueta unas alas plegadas
o de que a mediodía los obreros
empujen con gestos generosos
las palabras para ganar
la supervivencia con sudor y terquedad.
Todas las tardes, atados
a una noche que nunca termina
de venir, gozamos de intimidad
con los fantasmas, incluso
sentamos a nuestra mesa
pobres que ya perdieron no
se sabe dónde la generosidad;
poetas de lenguaje rabioso
que tratan de entender versos
para los que no hay respuesta;
ilusos absortos en la pura
contemplación de sus vísceras;
vendedores de nombres ignorados;
arrepentidos de pensamientos candentes.
Todo está hecho al tamaño
de nuestras manos, todo
es una necesidad de pertenencia,
de rumbo hollado, de miedo
a los continentes demasiado grandes
y a las lenguas enredadas, todo
se resume en la miseria obligada
de señalar hacia delante el estupor
de haber ingresado en la vida con sólo
esta carne
que nos habita como
a tantos otros
seres grises
que tal vez nunca tengan
un instante de luz.
A mí no me gustan los héroes
ni los hombres demasiado
humildes e imperfectos.
Tampoco profeso la vocación
liberadora del águila.
yo no sería capaz de cercenar
el dedo de los escalofríos
de ningún tirano,
ni las manos de ningún guitarrista,
ni siquiera reclamo venganza,
no pido redención. Ofrezco
cobijo a todos
los que aún no saben
que viven en un mundo
del que no hay escape.
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