Nací de la unión de un
hombre y una mujer corrientes
un 29 de agosto de 1961.
Desconozco si mi padre,
sorprendido,
me contempló o me sostuvo entre
sus brazos
augurando un futuro de gloriosas
hazañas
por mares nunca antes navegados
donde forjaría mi carácter.
Y no recuerdo si mi madre
pronunció alguna frase memorable
o si todo le pareció normal
en aquel acto de generosidad,
el tercero.
Tampoco recuerdo que fuera
una madre excesivamente
protectora
o si albergaba alguna fantasía
insatisfecha.
Quizá no tuviera más necesidades
que ser quien era o aquél no
fuera
el sueño que debería
estar soñando.
Quiero
escribir que mi padre
compendiaba
todo lo mejor de cuanto
ha sido pensado en el mundo
y quiero
que mi madre volara entonces
sobre los acontecimientos
triviales
de su pequeño y del resto
del mundo ajustado a sus
economías
al mes en curso
y la literatura universal
a las susceptibilidades de
tantas
otras mujeres imaginarias.
Han pasado cincuenta y dos
años y yo sigo robando
en los hoteles el cartel de
no molesten
para colgarlo en la puerta de
los recuerdos.
Tras ella dormitan mi
padre y mi hermana sin que
sus silencios invadan
de aire funerario mi casa
mientras mis vulnerables
manos desnudas custodian
en estos y otros versos
el patio de mi niñez.
Salamanca
[Confesiones]
06/08/2013
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