Cristal a cristal
somos transparentes
ahuyentando la noche.
Minuto a minuto
citándonos la palabra
con un poco de
silencio.
Y en cada cigarro
y en cada labio
el tiempo pasó
deprisa
sin apagar las velas.
"La facilidad que tenemos de manipularnos a nosotros mismos para que no se tambaleen lo más mínimo los cimientos de nuestras creencias es un fenómeno fascinante". MURIEL BARBERY: La elegancia del erizo. Seix Barral, p. 117.
Cristal a cristal
somos transparentes
ahuyentando la noche.
Minuto a minuto
citándonos la palabra
con un poco de
silencio.
Y en cada cigarro
y en cada labio
el tiempo pasó
deprisa
sin apagar las velas.
Me miro en los espejos
de
impoluta senectud
buscando
el gris de lo veloz.
Quizá
algún día pueda verme
reflejado
en estas aguas,
volando
su litoral atlántico
y
gaviota evocadora y distante,
sumergiendo
tu entrañable fruto
en
el transbordo de la prisa.
Para esas tardes de silencio
creé un quimérico
niño
de voz sorprendida
y a su utópica melena
sonora
confié los huesos y
las promesas,
y para que cada día
lo amamantes
prohibí al tiempo su
casa
y a la muerte mi
perdón.
De este insensato vocabulario
me
nace el dolor de antecedente
enmudecido,
como apenada
superstición
de desfiles
y
farándulas del mimo.
Pregonada
por los martillos
de
mi vena crece una blasfemia
de
eterna gestación.
Nos
apretamos en el saludo
innato
de las encinas
y
anidamos en la huella
de
retamas incendiadas
expulsados
de las altas torres
procreando
silencios arrastrados
de
vientres parcamente incoloros.
Después
de un grito profundo
soterrado
en la ingle del tacto
visitamos
los blancos pentagramas
para
bautizarlos con mi nombre
y
adelantar esta herida
hasta
el semitono liberto
Tú no tienes cuerpo.
Te
haces humo
sin
incendiarte
porque
esos besos que prodigas
son
la ceniza incolora
de
un céfiro tropical.